viernes, 24 de junio de 2011

INDEPENDENCIA ENMASCARADA

Dicen, que uno siempre arrastra consigo de forma inconsciente y muchas veces de forma consciente, una “mochila” llena de miedos. Éstos pueden dividirse en dos clases, los absurdos, que pueden llegar a angustiarnos, como el que una arruga “cruce” nuestra cara, que las canas empiecen a asomarse por las ventanas de nuestro cabello o que la fuerza de la gravedad, haga su perenne trabajo y las carnes caigan mostrando su flacidez, y así, un sin fin de miedos “ilógicos”.
Los otros miedos, son los auténticos: el miedo a la soledad y el temor a tener compañía, el miedo a no saber quiénes somos y el temor a saberlo, el miedo a las otras miradas y el temor a que te dejen de mirar y sobre todo, el miedo a amar y el pánico a dejarse amar.
Este compendio de temores acaba llevándonos a la misma meta: la inseguridad. Y como decía el lama Yeshe: “la confianza en uno mismo no es un sentimiento de superioridad, sino de independencia”.
Cuando tengo la suerte de contemplar el documental de animales que proyectan en la dos, y cumplo con el ritual que serena mis pensamientos, no dejo de asombrarme por la capacidad que posee el “irracional” cuando debe desvincularse de su madre para emprender sólo, el camino de la vida.
A diferencia de los animales, John Bowlby, psicólogo creador de la Teoría del apego, explica que desde que el ser humano nace, se genera un vínculo emocional con sus padres que le proporciona seguridad y que es indispensable para un buen desarrollo de la personalidad. La tesis clave de dicha teoría, es que el estado de seguridad, ansiedad o temor de un niño es determinado en gran medida por la accesibilidad y capacidad de respuesta de su principal figura de afecto, en este caso, sus padres. De ahí, que en nuestro desarrollo como persona, nos cueste tanto, ser “animales” independientes. Por ello, mi admiración por ese felino, que aquel martes a mediodía no sólo se alejaba de mis retinas a través de la pequeña pantalla, adentrándose en la “selva”, sin hacer el menor ruido, sino que se alejaba de la que hasta en ese instante, había sido su fiel protectora, su leal fuente de sustento.
Todo ser humano debe emprender algún día ese viaje, bien, porque lo decidamos nosotros, o bien, obligados por la sentencia impuesta por la vida, es decir, cuando nos vemos forzados a “enterrar ” a nuestros fieles protectores y leales fuentes de sustento. Ocurre en la mayoría de los casos, que muchos llegan a algún lugar no alejándose de su punto de partida, a una independencia con sentido social. Desde mi modesta opinión, nunca conseguiremos tener la independencia de aquel felino. Cuando uno es consciente de que posee una figura de apego accesible y sensible a sus demandas, le da un fuerte sentimiento de poder y seguridad, alimentando y valorando la continuidad de la relación”, llegando incluso, a no poder olvidarla nunca, con el respectivo “efecto secundario”: la dependencia.

lunes, 6 de junio de 2011

REPOSAR PARA SEGUIR


El mundo en el que vivimos, siempre tan apresurado y lleno de responsabilidades, uno a veces necesita de un paréntesis donde descansar. Hablo de reposo y no de “escapismo”. Evadirse sin asumir nuestros compromisos, normalmente, conllevan reembolsar con “apremio”, el tiempo en el que nos hemos “fugado” del centro de la realidad. Dar un paso al costado sin dejar de mirar el eje, es la manera que tenemos de evitar el pago con recargo. A mi modo de ver, los reproches que sólo nosotros tenemos derecho a hacernos, son los intereses que abonaríamos en caso de no actuar de forma sensata. Reposar “consecuentemente”, es un ejercicio que nos ayuda a ser autocríticos de forma constructiva, y así, poder “alejarnos sin alejarnos” y ver las situaciones desde otras perspectivas. Es decir, calentarnos con el fuego sin quemarnos.
Es difícil deshacernos de lo que en su día, se convirtió en “nuestro”. Cuesta soltar el nudo que un día nos ató. Desatar lazos emocionales sin hacer ruido es casi inviable. Realizar esa labor, en la mayoría de los casos, puede llegar a ser tan destructivo como el proyectil “chirriante” de un cañón. De ahí, que necesitemos de una distancia, de un reposo, que nos ayude a desactivar minas para poder recorrer el campo sin llegar a explotar en una de nuestras pisadas.
Cuando hablo de reposar sin dejar de observar el centro, es comparable al movimiento de “rotación” de La Tierra, lo hace trasladándose sin dejar de “mirar” alrededor de su centro, es decir, el Sol.