Nosotros no somos los demás; yo no soy tú y mi equipaje no es el tuyo, ignoro qué llevas tú en el tuyo, pero el mío va cargado de lágrimas, risas, dolores, alivios, angustias, amores, celos, alegrías, cicatrices, sentimientos, rabia, miedos, deseos, sorpresas, felicidad, tristeza, y todo ello ha condicionado mi historia. Así pues, ¿cómo eres capaz de juzgarme? Y ¿cómo voy a juzgarte? Si tu bolsa de equipaje estará cargada de lo mismo…
¿Cómo te voy a decir yo cómo has
de gestionar tu vida, cómo debes vivirla, qué debes decidir, qué sentir o
escoger?
Si yo ya tengo dificultades para
vivir la mía de forma creativa y equilibrada, ¿quién soy yo para creer que mi
visión es superior a la tuya?
Juzgar
la vida de los demás es una forma de expresar insatisfacción con la nuestra.
Cuando juzgamos, lejos de realizar una observación u opinar, dejamos caer
nuestra crítica sobre la vida ajena, sin pararnos a reflexionar y preguntarnos
¿Acaso es mi vida perfecta?
Nuestra vida
nunca será perfecta, siempre habrá lagunas que nos condicionarán para no mantener
el vuelo a la misma altura.
La atención
que prestamos a la vida de los demás, se la estamos restando a la nuestra, con
lo cual, buena parte de nuestra energía la desperdiciamos, en lugar de emplearla
en sopesar cómo mejorar nuestra situación.
Aquel que ocupa parte de
su tiempo juzgando a los demás, suele ocultarse de este modo a sí mismo, la
insatisfacción que tiene con su vida, su vacío. Por eso, juzgando a los demás,
evita y camufla sus necesidades. Haríamos mejor en respetar y no juzgar, en considerar
las distintas individualidades y tener en cuenta que si uno cambia facetas de
vidas ajenas, los demás harán justamente lo mismo con las nuestras, puesto que
todos somos distintos y tendemos a adecuar nuestra vida a nuestra forma de ser.
La
tortuga ve el mundo desde el suelo. El águila lo contempla desde el aire.
¿Quién tendrá más razón al descubrirlo?