lunes, 12 de diciembre de 2016

OTRA NAVIDAD…OTRO AÑO…¿MÁS HIPOCRESÍA?



Llegó el celeste cielo de diciembre, cerramos otro año con la mochila un poquito más llena. Colmada de nuevos aprendizajes que nos harán peinar las canas con más cuidado y suavidad.
Una vez más, las calles se llenan de bombillas, adornos y villancicos para anestesiar nuestros acostumbrados corazones de los placeres superfluos. Un mes donde deberíamos ajustar nuestro sístole y diástole al vaivén de las emociones de la propaganda.
Ricos y pobres se dan una tregua, el egoísmo y la hipocresía salen de forma temporal de nuestras entrañas. Saludos enmascarados, sonrisas disimuladas, las diferencias sociales se ocultan temporalmente tras el torbellino de las fiestas, la gente olvida por un mes las diferencias volviéndose buena de repente. Y hasta algunos políticos se hacen de plastilina…
Diciembre es magia y esplendor, color y máscaras. Es explosión de sentimientos encontrados. Es el mes de la oferta y la demanda. Las tiendas llenas de gente, exhiben sus mercancías simulando felicidad y prosperidad…mientras medio mundo no tiene un trozo de pan para llevarse a la boca.
No puedo negar que en gran medida me encante respirar el aire que rodea la navidad, oler las castañas asadas, y sobre todo, los abrazos sinceros, sorteando los principios fingidos, pero siempre me queda la tristeza (luego la proceso para que no somatice en mi cuerpo) de que algunos utilizan la navidad para medir sus recursos económicos y alimentar su vanidad. Pululan por los centros comerciales en busca de la mercancía más novedosa pero innecesaria, quizá sólo para exhibirla. Celebran grandes y lujosas fiestas familiares o sociales para repartir besos, regalos, alcohol, comida y mostrar sus nuevas adquisiciones materiales.
Otros, con menos recursos financieros, son víctimas inconscientes de la propaganda y del ambiente. Sacrifican sus pequeños ingresos económicos para no quedarse atrás en la competencia materialista, y se endeudan para quedar bien con los suyos o quizá con los ajenos, o quizá, para que sus hijos no se vean huérfanos de este tiempo tan empírico.
Al final, todos somos víctimas (me incluyo), de esa emoción que nos embarga en este último mes del año, y que se disipa con los días, recolocándonos en el punto de partida un año más. Los bolsillos volverán a quedar vacíos de tanto gasto y derroche, volveremos a nuestros mismos afanes y estilos de vida, y el espíritu genuino de estas fiestas se queda agazapado en las tradiciones y ritos puramente religiosos. 
Puede que al leer estas líneas, saques tu conclusión, y creas que veo la navidad como algo adverso, pero no es más que cansancio, hastío, de vivir encapsulado cada mes de  diciembre bajo la sombra de la ficción. No deja de ser una simple reflexión personal. Y aunque no llegue a nada, esta noche dormiré más tranquilo. Intentaré soñar con que un día vivamos una navidad más auténtica, donde sobren los valores ficticios, donde los regalos se realicen con autenticidad, los abrazos sean para romper costillas de tanto amor y no por complacer. Me refiero a esa festividad donde se comienza a desterrar el egoísmo, la vanidad, las ambiciones materiales, el odio, los resentimientos y todo aquello que nos aleja de la felicidad. 
A todos les deseo una Feliz Navidad y un “venturoso” Año Nuevo.









1 comentario:

Luis Florez dijo...

Hoy lei tu blog y no puedo estar más de acuerdo. Lejos está la época en la que la navidad era más que gastar dinero en regalos y hablar de el gordo volador. En Norteamérica es la más patética farsa. Detesto la manipulación y la mentira del fulano Santa bajando de la chimenea. También detesto el trato condescendiente de gente que no te traga.