Cada día que transcurre se
supone que no soy el que era, aunque hoy sea la herencia del que hablamos.
Significa que cambiamos constantemente, y también que a mi lado ya no tengo las
mismas cosas o quizá las mismas personas. Es ahí, donde me quiero centrar, en
el duelo.
Desde mi experiencia, puedo
hablar de los duelos como ensayos imprescindibles para nuestro crecimiento
emocional. Ninguna de estas sensaciones escapa de la tristeza y lo normal es
que venga acompañada de dolor, pero me pregunto: “¿Hay alguna salida que nos
fortalezca más sino es a través del dolor?”
La vivencia de cada uno frente a
un duelo es un asunto único y muy personal, sin embargo aunque todos somos
diferentes y ya lo canta Bebe: “Cada uno en su universo siente su dolor como
algo inmenso”, también es cierto que cada duelo se parece a todos los duelos
propios y ajenos en ciertos puntos que son comunes, y que nos ayudarán a entenderlos. De hecho, ayudar
en un proceso de dolor implica conectar a quien lo padece con el permiso de
expresar sus emociones, cualesquiera sean, a su manera y en sus tiempos. La
vida me ha dejado verle una parte, si encontramos una forma de expresión de las
vivencias internas ayudará a aliviar el dolor a quienes transitan por este
sendero. De ahí la frase: “Emociones expresadas, emociones superadas”.
Con este bagaje (aún me queda
mucho por aprender), he entendido que me guste o no, un día seré abandonado por
alguna persona, una situación, una etapa…y si no fuese así, si yo muriera antes
de que me dejen, debo aceptar que aún en vida, si esto sucede, todo seguirá sin
mí. Quizá eso me ayude a no apegarme a nada ni a nadie. Y si eso no es
suficiente para aprender que nada nos pertenece, sería bueno que
reflexionáramos con esta pregunta que se ha ido formando con cada tirita que le
he ido poniendo a este corazón: “¿Puedo disfrutar de algo o de alguien si sólo
estoy pendiente de que nada ni nadie me lo robe?” Personalmente he adquirido la
respuesta.
Toda pérdida por pequeña que sea,
supone dolor pero también trabajo. Un dolor que duele y un trabajo que la vida
nos ofrece para crecer. En mi vida, como muchos, nos hemos quedado atrapados
dentro de una armadura que nos protege para no volver a sufrir ese dolor. La
única manera de no padecer es no amar, pero como decía Platón: “Aquel a
quien el amor no toca, camina en la oscuridad”.
Intuyo que a
nadie le gustará transitar siempre en la oscuridad porque la luz es maravillosa
“mientras dura”.
La oscuridad
es quedarse anclado en la vida que ya no es, quedarse con las personas que ya
no están, quedarse con las cosas que se han deteriorado y estoy seguro que esto
no es lo que deseamos porque no es bueno ni para mí ni para nadie. No me cabe
duda que transitar estas etapas y dejarlas atrás es doloroso, pero si lo
pensamos bien, desde que dejamos el útero es doloroso. Por eso nunca puse en
duda una frase que le escuché a alguien que ya no está en mi vida: “Algunos
vienen a vivir y otros vienen a aprender (a vivir)”.
Todas las
experiencias implican una pérdida, pero gracias a haber perdido cosas,
personas…hemos ganado otras. Y gracias a lo perdido y no sólo a lo ganado soy
este que escribe.
Y este es el
ciclo de la vida, descubres que con el tiempo y las experiencias los duelos son
imprescindibles para nuestro proceso de crecimiento personal y que algunas
pérdidas son necesarias para madurar. Como también es imprescindible no hacerse
el fuerte, ni guardarse nada y darse permiso para sentir y expresar dolor,
tristeza, rabia y hasta miedo por el futuro porque de esta forma, es como todo
irá disminuyendo.
Una vez,
todo se vaya podando iremos acercándonos a nuevas puertas, y cuando estemos
frente a ellas, tener el valor de girar el picaporte porque eso es crecer.
Con este
crecimiento, viviremos todo de forma distinta, más conscientes, más maduros, y
madurar es aceptar que para crecer es necesario sentir dolor.
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