
Después de centrifugar, me di cuenta de que muchos en un momento determinado de nuestras vidas, estamos invadidos por la duda. Elegir no se convierte en una tarea fácil cuando la indecisión se “instala” en nuestra mente. Nada ni nadie nos dirá o nos hará ver qué es lo acertado, sólo nos queda elegir, tomar decisiones y vivirlas. ¿Habremos atinado? Sólo el tiempo, juez y parte de esta vida, nos lo hará saber en su transcurso.
¿Por qué me pasa esto a mí? Un interrogante que oímos o habremos pronunciado en muchas ocasiones. Considero que no podemos hacerle preguntas a la vida, porque es ésta quien nos cuestiona a cada uno de nosotros, y ya respondemos con nuestros actos. Por ello cuando uno no toma una decisión, le comentaba a mi buen camarada, también la está tomando, cuando no elige, está eligiendo y cuando no actúa, está actuando. Suena contradictorio, pero cuando renunciamos a algo, estamos eligiendo.
En lo que sí llegamos a entendernos sin “peritaje”, fue definir al miedo como el gran obstáculo para tomar una decisión. Éste nos inmoviliza, hace sentirnos “cobardes”. Desde mi modesta opinión, cruzar el umbral que separa la cobardía de la valentía, consiste en asumir las consecuencias que conlleva tomar una decisión, sin buscar un culpable para echarle el “fardo” encima. Eso es un acto de puro coraje. Ser responsable no es ser culpable, aunque el diccionario diga lo contrario. La culpa es un sentimiento con un peso incalculable, mientras que la responsabilidad, desde mi punto de vista, es un acto heroico.
Tomamos decisiones pero no llegamos a ejecutarlas por temor a equivocarnos. Supongo que nadie busca su propio mal, al menos de una forma consciente. Ephraim Lessing decía que “algunos se equivocan por temor a equivocarse”. Y creo que lleva mucha razón. El miedo a los errores nos sitúa detrás de la cortina de la incertidumbre.
Adentrarse en territorios nuevos, pisar páramos que nunca habíamos pateado, implica colmarnos de desconfianza. Tener fe en nosotros mismos es una herramienta eficaz para salir con el paraguas entero de las tormentas. Equivocarse es aprender, si tomamos conciencia de la experiencia en sí.
Fitzgerald confesó que prefería fiarse de un hombre que se equivocaba a menudo antes que de quien no duda nunca.