miércoles, 19 de mayo de 2010

EL ECO DE MIS LETRAS (PARA ANTONIO GONZÁLEZ PADRÓN)

Si hablamos del “eco”, su definición más correcta sería la de una onda sonora reflejada perpendicularmente en una pared (o a través de una montaña de forma Natural), pero no trato de transmitir ese significado, hablo de las huellas que pueden dejar mis humildes letras.
El pasado martes, cuando al sol le restaban pocas horas de “vida”, me dispuse a abrir mi correo. Entre los e-mails que allí anidaban, se encontraba uno que destacaba por la belleza de su “plumaje”, claro que no quiero restar importancia a las demás “crías”, pero siempre una madre tiene su “ojito derecho” y eso nadie lo puede negar. Cuando “desplumé” dicho mensaje, para mi sorpresa, la directora de Guía Histórica Cultural de Telde, Conchi Vera, me pedía con todo su respeto y cariño, mi número de teléfono, para “alguien” se lo había “implorado”, sentía la “necesidad” de ponerse en contacto conmigo. Hablo de Don Antonio María González Padrón, cronista oficial de la ciudad de Telde.
Respondí al correo de Conchi Vera, introduciendo mi número de teléfono y una respuesta a su segunda petición: (No cambies nunca) con un: “No cambiaré, aunque vea cambiar los cambios”.
Esa misma tarde me telefoneaba Don Antonio González, tuve el honor de dialogar con él. Antes sólo me había tropezado con su persona, cuando pregonaba algunas de las exposiciones de mi buen tío Antonio Sánchez Cabrera (pintor y escultor de esta-nuestra ciudad de Telde).
Los “llanos” escritos que envío a todos los medios de comunicación local, con el mismo cariño y respeto, habían “mellado” la mente de nuestro cronista teldense.
Mi felicidad se multiplicó cuando Don Antonio, me comentaba que su hijo, “afincado” en Madrid, le preguntaba si conocía a quien hoy, te transmite este escrito, (lleno de orgullo pero sin “ego”). Su vástago me seguía desde la capital de España y eso no me dejó indiferente, me llena de fuerzas para seguir “golpeando el teclado”. Concretamos cita para conocernos personalmente. Tuve el honor de visitar “nuestro” museo y no sólo empaparme de toda su antiquísima historia, sino lo que para mí tiene más valor: “el ser humano”.
Recibido entre aquellas viejas paredes teldenses y los brazos de Antonio, me sentí como en casa (nunca mejor dicho). Tuve el privilegio de oír historias que aumentaban mi “dormida” cultura, pero quiero hacer hincapié que lo que más obtuve, fue el calor humano, el trato exquisito de una persona que desprende fuerza en sus palabras a la hora de contarme la historia del museo León y Castillo. Fraternidad entre su piel y las piedras que cubren la primitiva casa con “olor a hogar”.
Cuando me despedí de Antonio, me fui con mi alma ensanchada y un dolor agudo en el brazo, causado por la fuerza que hacía para sostener los libros que me había regalado desde su más sincero sentimiento. A todo esto, durante el trayecto, me acompañaba un pensamiento evidente: mis letras, mis humildes letras, no caen en balde.
Quiero agradecer públicamente a Antonio González Padrón y a todos los que me “empujan” a seguir escribiendo, por la energía que me inyectan cuando siento vuestro aliento. Hoy quiero hacer mención especial a ciertas personas que sin nombrarlas, ellas ya saben quienes son: compañeros de Servicios, Tesorería, Igualdad, Servicios Sociales, Intervención, Personal, Cultura y como no, a mi querida concejalía de Educación. Pido disculpas a aquellos olvidados en el tintero, dando gracias a todos, y al resto de los medios de comunicación, sin ellos, esto no sería posible.

sábado, 8 de mayo de 2010

VIVIR ROBOTIZADOS

Esta mañana cuando veía cómo la hojilla reflejada en el espejo se llevaba los largos pelos de mi cara, oía de fondo la televisión, (que en ese instante era la “fiel compañera” de mi hija), y llegaba a mis oídos las voces de los intérpretes animados, que en ese momento eran proyectados por la cuadrada pantalla. Concretamente, dos de los “filmados”, dialogaban dentro de la “caja del entretenimiento” sobre cómo aprobar matemáticas. Uno de ellos, argumentó que le gustaría ser un robot para superar los exámenes, a lo que el otro contestó que era tarea fácil, tenía uno en su casa, le cogería su cerebro y se lo cambiaría.
Cuando asomaban las últimas gotas de sangre por mi rostro, (nunca he aprendido a afeitarme y ojalá no lo haga, no me gustaría vivir robotizado) mi pequeña “gran” mujercita de siete años, se me acercó para decirme que le gustaría ser un “androide”. Solté la maquinilla que más que rasurarme, había hecho una masacre en mi faz y la rodeé con el brazo para decirle que éstos no tenían sentimientos.
-“¿Qué es eso papá? Me preguntó pasmada”.
Sólo entendí una forma de poder explicárselo acorde a su edad y le comencé a enumerar: llorar, reír, amar, querer, enfadarse, saltar de felicidad… Me miró con cara de satisfacción porque supongo le había sacado de dudas y me dijo:
-¡Ah!, entonces yo no quiero ser un robot. Y salió por el umbral de la puerta dando saltos.
Su respuesta me dejó reflexionando un rato acerca de cómo muchos seres humanos se comportan con ciertas actitudes mecanizadas. Parecen vivir con todo programado y dejando pasar el tiempo sin que puedan disfrutar de lo que realmente desean.
¿Pasar por la vida “robotizado” o “sintiendo” tus emociones y por lo tanto, “intentando” cumplir lo que anhelas?