jueves, 27 de diciembre de 2012

ABRIRNOS EL PECHO Y REGISTRAR



Cuando decidí sumergirme en la superficie de las terapias naturales de salud, nunca sospeché que me descubriría un nuevo mundo, pero no exterior, sino interior. Se abrieron puertas que jamás percibí. Por ellas atisbé un territorio tan fascinante como los que recrean el arte.
Empecé a lidiar con las emociones, descubriendo tras haberlas embestido lanza en ristre, que los gigantes que obstruyen nuestro camino no son más que molinos de viento, cuyo giro y utilidad es posible comprender.
Un día, tirado en la cama con la mirada puesta en el techo sin nada que mirar, me dio por pensar, si en el pecho de cada ser humano existiera una cremallera… Visualicé mis manos bajando la mía. Vi que el cuerpo está lleno de rincones secretos y que las emociones habitan en sus madrigueras. No pude meter la mano para sacarlas, muchas estaban allí desde hace años, aferradas, defendiéndose con uñas y dientes.
Las emociones corren y se esconden por el cuerpo como una vetusta mansión. Podemos sentirlas sin más o abrir el pecho y perseguirlas, aún siendo una tarea ardua. Pero un día nos daremos cuenta de que la vida sin emociones es sólo media vida.

sábado, 22 de diciembre de 2012

LA NAVIDAD SUBE A ESCENA



Sin apenas darnos cuenta, se ha instalado el cielo de diciembre sobre nuestras cabezas. Con él, llega la navidad, tiempo de reencuentros (incluso el más importante, con uno mismo).
Un periodo para hacer balance de cómo han transcurrido los once meses restantes. Para muchos, una fecha muy deseada, para otros, no es tan bien recibida, pues siempre esta época viene abrazada de cierta nostalgia. Tristeza por los que se han ido, por los que no han podido venir…nostalgia por no tenerlos a nuestro lado de una manera u otra, en unas fechas tan señaladas. En ambos casos, la Navidad es un momento transitorio donde posee la característica de engrandecer nuestro lado más tierno, afectivo, humanitario y a la vez  da rienda suelta a nuestro punto más consumista. Este flanco suele conseguir anestesiarnos, consiguiendo  que olvidemos  valores éticos y morales.
Corren momentos delicados para nuestros bolsillos y personalmente le veo la parte positiva. Es una oportunidad para unirnos y crear. Hasta para el más escéptico trae la credibilidad de que todo aparte de ser especial, deseable y sobre todo, “diferente”, es momento de unión.
En este desértico tiempo de crisis que deambula, muchos son los que harán milagros para llenar la mesa y festejar un opulento momento de felicidad. Al fin y al cabo, compartir. Ese es el verbo que más unión genera en el ser humano y en cualquier especie. Tiempo de cumplir un rito y una tradición que nos ayuda a entender que lograr la unidad siempre conlleva un compromiso y que el sentido de comunidad y de propósito común debe anteponerse al egoísmo personal.
Es por ello que compartiremos las miles de bombillas que iluminaran las calles “dándole vida a la vida”. Se genera una fuerza motriz que nos impulsa a disfrutar de ese olor a castaña asada que impregna el ambiente en las calles y nos ciegan las luces que emanan de los escaparates.
Nos adentramos en un nuevo año, donde por costumbre solemos tener la esperanza de que todo será diferente, sin a veces darnos cuenta, de que sólo cambia, aquello que intentamos que cambie. Está en nosotros poder modificar las cosas, aunque esta quimera se instala en cada uno de los mortales cada vez que en esta misma fecha evoluciona el calendario.
Mientras giro las bisagras que cierran este artículo, un año más, les deseo  a todos una Feliz Navidad y un año especialmente “cargado” de salud y de grandes momentos.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

EL PERDÓN



Como ocurre en toda familia (la mía no iba a ser diferente), nos sumergimos en conversaciones superfluas, reflexivas,  y éstas pueden llegar a un nivel de intensidad que nos aleje de cómo entramos cuando la entablamos. No todos vemos las cosas desde el mismo prisma, eso es parte de lo que nos hace únicos.
 No hace mucho, iniciamos una charla en casa, que no terminó del agrado de ninguno de los que participamos en ella, es de suponer que nadie vio la realidad desde un mismo prisma, y cada uno quiso “imponer la suya, respetando cada punto de vista”. Los aires se templaron y a sabiendas de que existe un cariño inexplicable que nos une, ese día, cada uno se fue con su realidad y a cuestas con su enfado.
Cuando introducía la llave para arrancar el coche y partir, mi acompañante, mi pequeña mujercita de nueve años, sin aún cerrar la puerta sujetándola con su brazo derecho, “me soltó”: “Papá, ¿se enfadaron?”. Le expliqué acorde a su edad, que a veces las personas no nos ponemos de acuerdo en ciertas situaciones, y eso conlleva a que a veces nos enojemos. Sin apenas respirar, me volvió a golpear con su ilimitado lenguaje: “¿Y por qué no se piden perdón y ya está?”.
La atravesé con mis pupilas, pudiendo ver más allá de aquel cuerpecito hecho de carne y hueso con nueve otoños, un alma pura, blanca, inocente y le contesté: “sí cariño, tienes toda la razón”.
Mientras conducía no pude espantar  aquellas palabras que habían aflorado de la pequeña cueva que habita en el rostro de mi hija, y que anidaron en mi mente. Sin dejar de mirarla, se dibujó una sonrisa en mis labios que me cubrió media cara. ¡Cuánta razón tenía! y sobre todo, con que sencillez había solucionado lo que el orgullo a veces no nos deja zanjar.
En esta vida humana, tan difícil de obtener y tan fácil de perder, malgastamos tiempo y energía en no saber, incluso en no querer (inflados por la vanidad), pedir disculpas y perdonarnos.
Quien indulta, quien perdona, se llena de paz, como cuando llenas el depósito del coche y sales de la gasolinera viendo la aguja indicando que el depósito está al tope. Te da cierta tranquilidad. Con el perdón, ocurre lo mismo, nos libera de ataduras que nos amargan. Abre puertas donde el aire entra penetrando en el pecho a una velocidad de vértigo que nos enfría el corazón. Interpreto que la vida es mucho más sencilla de lo que nosotros hacemos de ella, podemos perdonar sin estar de acuerdo con lo que nos han hecho, sin incluso aprobarlo, pero si aceptamos las cosas tal como son, y sobre todo de donde salen, es decir, aceptar al otro tal como es, podemos atravesar umbrales que jamás hubiésemos imaginado.
Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro sin darnos cuenta que el mayor beneficiado puede llegar a ser uno mismo. De ahí que me “agarre” a las palabras de Buda: “Aferrarte a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de tirárselo a otra persona; tú eres quien termina quemado”.