Descansaba unos días en el sur de nuestra redonda isla,
concretamente había elegido unos apartamentos lejos de cualquier mundano ruido
para desconectar de situaciones, y curiosamente, conectarme con otras que a veces
se desenchufan por el día a día.
En uno de los silenciosos días, justo a la hora de mediodía,
me dirigía a la terraza, para descansar en una de las zonas más tranquilas del
complejo. Allí reinaba el sosiego, y eso me hacía ser un fiel servidor de tan
compasivo rey. En ese instante, a unos diez metros, un chico se acostaba en una
de las hamacas y con mirada al cielo, no paraba de cantar unas letras que quebrantaron mi calma. Tanto
fue así, que estuve casi todo el día murmurando aquella melodía. Me mudé con
cierta incomodidad, hasta el punto de abandonar el lugar.
A la hora que se desmaya el día y el sol empieza a
ocultarse, me fui a dar un baño en la piscina. Ese remojón que relaja cuerpo y
alma, pero justo antes de adentrar mis pies en el agua, oí la voz del chico que
había quebrantado mi calma horas antes. Pude escuchar cómo se sentía tras una
ruptura sentimental, metiéndose en un espiral de tristeza. Entendí el por qué
de aquella canción y me enseñó a aceptar a cada persona, con su sufrimiento,
porque detrás de cada uno de nosotros existe una historia que a veces nos
condiciona.
Una de las fuentes del sufrimiento más común en nosotros, es
el deseo de que las cosas sean distintas a como realmente son. Lo mismo ocurre
con las relaciones interpersonales. Nos cuesta aceptar a los demás con su forma
de pensar y reaccionar, pues casi siempre no coincidirá con nuestras
expectativas, y ese fue mi caso.
Afortunadamente, cada uno tiene una combinación única de
defectos y virtudes, aceptando su singularidad podremos sacar partido de las
cosas buenas que nos ofrecen o bien enroscarnos en sus defectos y llegar
incluso a enemistarnos. Eso dependerá de nosotros, como ejemplo pongo la
anecdótica historia de un violinista que en pleno concierto en Nueva York, vio
cómo se rompía una de las cuatro cuerdas de su violín, en lugar de detenerse,
“aceptó” la situación y adaptó la melodía a las tres cuerdas restantes, dando
por completo el concierto. Cuando le preguntaron que por qué había elegido esa
opción, respondió: “Hay momentos en la vida de una persona en que debe saber
cuánto puede llegar a hacer con lo que le queda”.
La realidad nos pone a prueba y siempre en la vida estamos
expuestos a circunstancias adversas. Aprender a aceptar lo que nos llega es un
bálsamo para nuestra alma. Concluyo con una frase de Reinhold Niebuhr: “Señor
concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo
que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.