Llegó el celeste cielo de
diciembre, cerramos otro año con la mochila un poquito más llena. Colmada de
nuevos aprendizajes que nos harán peinar las canas con más cuidado y suavidad.
Una vez más, las calles se
llenan de bombillas, adornos y villancicos para anestesiar nuestros
acostumbrados corazones de los placeres superfluos. Un mes donde deberíamos
ajustar nuestro sístole y diástole al vaivén de las emociones de la propaganda.
Ricos y pobres se dan una
tregua, el egoísmo y la hipocresía salen de forma temporal de nuestras
entrañas. Saludos enmascarados, sonrisas disimuladas, las diferencias sociales
se ocultan temporalmente tras el torbellino de las fiestas, la gente olvida por
un mes las diferencias volviéndose buena de repente. Y hasta algunos
políticos se hacen de plastilina…
Diciembre es magia y
esplendor, color y máscaras. Es explosión de sentimientos encontrados. Es el
mes de la oferta y la demanda. Las tiendas llenas de gente, exhiben sus
mercancías simulando felicidad y prosperidad…mientras medio mundo no tiene un
trozo de pan para llevarse a la boca.
No puedo negar que en gran
medida me encante respirar el aire que rodea la navidad, oler las castañas
asadas, y sobre todo, los abrazos sinceros, sorteando los principios fingidos,
pero siempre me queda la tristeza (luego la proceso para que no somatice en mi
cuerpo) de que algunos utilizan la navidad para medir sus recursos económicos y
alimentar su vanidad. Pululan por los centros comerciales en busca de la
mercancía más novedosa pero innecesaria, quizá sólo para exhibirla. Celebran
grandes y lujosas fiestas familiares o sociales para repartir besos, regalos,
alcohol, comida y mostrar sus nuevas adquisiciones materiales.
Otros, con menos recursos
financieros, son víctimas inconscientes de la propaganda y del ambiente.
Sacrifican sus pequeños ingresos económicos para no quedarse atrás en la
competencia materialista, y se endeudan para quedar bien con los suyos o quizá
con los ajenos, o quizá, para que sus hijos no se vean huérfanos de este tiempo
tan empírico.
Al final, todos somos
víctimas (me incluyo), de esa emoción que nos embarga en este último mes del
año, y que se disipa con los días, recolocándonos en el punto de partida un año
más. Los bolsillos volverán a quedar vacíos de tanto gasto y derroche,
volveremos a nuestros mismos afanes y estilos de vida, y el espíritu genuino de
estas fiestas se queda agazapado en las tradiciones y ritos puramente
religiosos.
Puede que al leer estas
líneas, saques tu conclusión, y creas que veo la navidad como algo adverso,
pero no es más que cansancio, hastío, de vivir encapsulado cada mes de diciembre bajo la sombra de la ficción. No
deja de ser una simple reflexión personal. Y aunque no llegue a nada, esta
noche dormiré más tranquilo. Intentaré soñar con que un día vivamos una navidad
más auténtica, donde sobren los valores ficticios, donde los regalos se
realicen con autenticidad, los abrazos sean para romper costillas de tanto amor
y no por complacer. Me refiero a esa festividad donde se comienza a desterrar el
egoísmo, la vanidad, las ambiciones materiales, el odio, los resentimientos y
todo aquello que nos aleja de la felicidad.
A todos les deseo una Feliz
Navidad y un “venturoso” Año Nuevo.