lunes, 29 de octubre de 2012
lunes, 15 de octubre de 2012
EL DERECHO A LA TRISTEZA
Sentado en la cocina mientras
dialogaba con mi madre como hago habitualmente, absorbía uno de los últimos
buches de café de esa taza que solemos compartir para ponernos al día de las
situaciones familiares, cuando ésta, me confesaba que se sentía triste, sin
ganas, apática. Quiso sacudirse el peso que le llevaría a sentirse así, echándole
la culpa al otoño, a un cambio de estación. Aquel “burrito” de carga, esa
fuente inagotable de recursos para sacar a cualquiera del lodo, me estaba
diciendo que se hallaba en un estado de aflicción. Me dediqué a escucharla y
sólo la contrarresté para manifestarle que se trataría de un estado
pasajero…como todo en la vida.
Una vez abandoné el nido que me vio
nacer, y con el volante entre las manos, me cuestioné si aquella mujer, madre,
esposa y un sinfín de personajes a los cuales ha tenido que recurrir a lo largo
de su “película”, no tenía derecho a sentirse triste.
“Pues sí”, me dije, uno tiene todo
el derecho a encontrarse mal. No podemos pasarnos la vida esquivando curvas,
con esa actitud nos estamos perdiendo vivir
la vida misma, con sus múltiples colores, parte de los cuales son la melancolía,
la tristeza, la nostalgia…
No
tiene nada de malo sentirse triste, incluso es más, sólo si vivimos
intensamente la tristeza podemos vivir intensamente la alegría.
De lo que se trata, desde mi modesta
opinión, es abrazar todas las emociones, sin tenerles miedo y no vivir sólo las
que los demás esperan de nosotros, lo cual es completamente agotador.
La tristeza es un estado necesario
para emprender. Nos sirve para darnos cuenta que quizás hay algo dentro de
nosotros que debamos modificar o quizá fuera, en la vida, en el mundo que nos
rodea.
Lo que no es bueno, es negar
nuestras emociones, no escucharlas, eso nos va desgastando como las olas lo hacen al golpear
las rocas. Nos educan para conocer el universo, los secretos de la vida,
la materia y quizás a Dios, y se olvidan de enseñarnos la manera de comprender
nuestra alma. Tenemos que conectar con cada emoción, entenderla, abrazarla, ver
cómo la disfrazamos o la encubrimos para posteriormente desnudarla y vivirla
sin enjaularla, permitiéndonos llorar si con ello llegamos a sentirnos bien, a
liberarnos, haciéndolo sin presiones, sin que la vergüenza se adueñe de
nosotros.
Negar que nuestra sociedad tiene
cierta dificultad para aceptar la tristeza es un absurdo. Es más, creo que
existe cierta tendencia a la prohibición de que nos sintamos mal. Se procura un
“yo” que esté a la altura de una sociedad cada vez más consumista, con el
agravante de los tiempos que corren y eso nos impide caer, aún cuando las
fuerzas flaquean.
Una vez leyendo al Dalai Lama, éste
recomendaba el abandono de esa búsqueda insana de la felicidad permanente, y en
cambio, buscar la alegría del corazón, que no es otra cosa que una paz profunda
del alma, compatible con la tristeza.
Para girar las bisagras de este
humilde escrito y ponerle fin, te invito a vivir cada una de tus emociones,
porque una vida sin éstas, es sólo media vida.
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