miércoles, 21 de mayo de 2014

LOS SUFRIMIENTOS DEL ALMA



Hace unos meses, mi organismo se quebrantó. Aún sin un diagnóstico tangible, posiblemente una bacteria había cruzado la delgada línea que separa la buena salud de la enfermedad. Sumergido en los efectos que surgieron, me di cuenta de lo vulnerable que llegamos a ser. Cómo algo tan pequeño, invisible a mis ojos, había derrotado a algo mucho más grande: el cuerpo.
Llegué a perder la cuenta de las veces que tuve que visitar un centro hospitalario, tanto por asistir a la consulta del especialista, como a realizarme pruebas médicas. No tardó en atraer mi atención al pisar  “territorio enemigo”,  la cara de las personas que acudían a lo mismo que yo, o estaban “hospedadas” en el centro por alguna patología, incluso, estaban los que tenían el lujo de poder salir a las puertas del centro a echarse ese cigarrillo que creían que los liberaba por un instante de tan pesada cadena, sin muchas veces ser conscientes de que ese vicio les ataba más que liberaba. La mayoría de todos ellos, reflejaban rostros de esperanzas perdidas, sueños rotos, miradas desamparadas, en fin, sufrimiento. Supongo que los que amamos la vida, nos agarramos a un clavo ardiendo para contar los segundos gozando de una salud de hierro, olvidándonos cuando estamos sanos, que un día podemos ser esa persona hospitalizada, o la que acude al especialista buscando la solución, o la que inhala una calada de aquel cigarro que anestesia  dicho sufrimiento. Ya lo cantaba Rosana en una de sus maravillosas canciones: “nadie quiere morir ni siquiera quien quiere ir al cielo”.
Sostenía Buda en el siglo VI a. C. que en la vida, nos vamos a encontrar, tanto si queremos como si no, cara a cara con el sufrimiento. Y a mi edad y experiencia, doy fe que un día cualquiera, de la noche a la mañana, podemos adentrarnos en las garras de tan semejante angustia, causada por diferentes motivos: enfermedad, desamor o  pérdida.
En cualquier caso, Buda no sólo nos mostró la naturaleza del sufrimiento humano, sino que nos aseguró que existe un método para liberarnos de él o, como mínimo, para reducir sus efectos: la práctica de la meditación. Entendida como aquel método psíquico-físico cuyos objetivos básicamente son, por un lado, alcanzar un estado de absoluta paz interior, y por otro lado, descubrir y desarrollar la naturaleza esencial de la mente: pura, radiante y luminosa.
No dejo de reconocer que para aquellas personas de caras inflamadas por la pena, así como la mía propia, en el instante cuando estamos bajo la red del sufrimiento, es tarea ardua despojarnos de él, incluso intentarlo, porque hemos puesto nuestra vida en manos de otros (médicos),  llegando a olvidar que podemos minimizar el mal, porque se ha apoderado la desesperación del control absoluto de nuestra mente, y queremos mejorar a cualquier precio.
Dejo unas palabras de Buda, que seguramente especifican con bastante claridad lo transmitido: : “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”.