domingo, 1 de abril de 2012

EL VALOR DE LA PALABRA

Agarrando los versos bíblicos como si de una cometa se tratase, quisiera destacar la entrada de Jesús en la casa del sumo sacerdote Caifás una vez fuese entregado y traicionado por Judas. Reunidos los maestros de la Ley y las autoridades judías, le juzgarían por blasfemia. Jesús, dijo ser capaz de destruir el Templo de Dios y de reconstruirlo en tres días. Algo inimaginable.
En el momento de entrar, Jesús se dirigió a Pedro: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”. Éste que lo había acompañado para mostrarle su apoyo, lo negó con su cabeza. Mientras el nazareno era interrogado dentro, los transeúntes reconocieron la cara del discípulo y le preguntaron si había estado con Jesús de Galilea, a lo cual Pedro negó en tres ocasiones, y en aquel mismo momento, cantó el gallo. Recordó entonces las palabras del hijo de Dios llorando amargamente. Había incumplido la palabra a su maestro.
Si echamos un vistazo a la historia, la palabra no sólo sirvió durante muchos siglos para la comunicación del ser humano, sino también como instrumento para sostener compromisos. Girando hacia atrás la cabeza y mirando de reojo al pasado, tiempo atrás, la palabra era suficiente para que los comerciantes les fiasen a sus clientes. De hecho, recuerdo cuando iba a la tienda de aceite y vinagre cerca de casa a comprar sin monedas en el bolsillo y decía: “apúnteselo a mi madre”. La señora accedía a darme lo solicitado, normalmente aquella palmera de chocolate y un zumo pera-piña. Tenía la palabra de mi madre y era más que suficiente.
La palabra era sinónimo de compromiso, sello distintivo de una persona, el espejo del ser humano, era su marca, el honor y los valores que había recibido. Hoy, doy gracias a Dios por haber heredado de mis padres el saber cuándo puedo dar mi palabra. Uno debe ser consciente de cuando está dispuesto a darla, y desde mi modestia, considero que sólo puedes concederla cuando sabes que puedes o intentarás cumplir lo pactado. Cuando has prometido algo con la palabra y no lo cumples, tu persona en cuestión pierde toda credibilidad, y por lo tanto la confianza.
Siempre he oído a mi padre decir que la expresión: "un hombre de palabra", no hace referencia a aquel que se pasa el día resolviendo crucigramas, se refiere a quien hace lo posible por cumplir con sus promesas. En otros tiempos, según argumentaba mi progenitor, "dar la palabra", era dar la seguridad de que el compromiso contraído iba a ser cumplido en tiempo y en forma.
No había que firmar nada, ni sellar nada, ni llamar a nadie para que diera fe.
Hoy en día, es difícil encontrar personas que adquieran ese tipo de compromisos si salimos del grupo de familiares o amigos íntimos…
Me cuestiono el valor que tiene hoy la palabra, teniendo en cuenta que es muy frecuente que quien la usa borra con el codo lo que alguna vez escribió con la mano. Es una lástima que la confianza se haya vuelto tan desconfiada. De un tiempo a esta parte, ahora tengo la absoluta seguridad, de que ya puedo dudar de todo. Esto por contradictorio que parezca, me da seguridad.
Ya lo decía uno de los predicadores más relevantes de la historia y un importante político ateniense, Demóstenes:” Las palabras que no van acompañadas de hechos no valen para nada”.

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