Hace unos días, aterrizó por
segunda vez en nuestra isla, concretamente en el municipio que me vio nacer, el
Lama Gaden Nyari Tritul Rimpoché. Impartió una conferencia con el título: “El
camino del perdón”.
Tuve la suerte de compartir junto
a él instantes antes de la conferencia, y empaparme de su energía, su calma y
su sabiduría.
Durante la ponencia, relató que a
los pocos años de nacer ingresó en el monasterio, por ser declarado: “tulku”:
Lama reencarnado y de gran estima, durante su estancia observó que tenía poco
tiempo tenía para jugar con los demás niños de forma común, y cuando lo hacía,
a él todo se lo daban hecho. Si competía, le dejaban ganar, los libros se los
llevaban a la mesa, la comida igual, y así, con todo, por ser considerado,
dentro del Budismo, un maestro ascendido a pesar de contar con 5 añitos.
Un día le llamaron sus mentores,
según narró, para entrevistarse con un padre y su hijo. El adulto había
asesinado y quería entregar su hijo a Gaden para que le inculcase valores y
así, pagar lo que había hecho. El pequeño Tritul Rimpoché aceptó con agrado y
pensó que tendría un amigo con quien podría competir, sin que le dejara ganar.
Pensamientos infantiles… ¿Pensamientos utópicos?
Pasaron los días y aquel niño no
hacía otra cosa que pedir y pedir sin cesar, sin dar nada a cambio. Con el
“pequeño maestro” al lado, nada le faltaba, y así, pasaron los años hasta que
emigró a EEUU para estudiar y seguir su vida. Aún así, desde Occidente llamaba
a quien le daba todo desde la infancia, esta vez, para pedirle dinero. Tritul,
cansado, se negó, pero no lo hizo porque se sintiera “absorbido”, obró de esta
manera porque se dio cuenta, que el niño lo había adoptado como padre.
Abandonado por su progenitor, creció bajo el ala de otro tutor que le cubría
todas sus carencias.
Nada tenía que perdonar el que
hoy es un gran Lama, por dos razones sencillas; porque quien “ama no necesita
perdonar”, y porque tuvo compasión de aquel niño “huérfano”.
Cuando nos hacen daño, nuestra
reacción inmediata y lógica es ir contra quien nos lo hizo, pero esta reacción
natural tiene sus consecuencias. A corto plazo, tratamos de impedir que el daño
continúe, pero si la acción sigue por mucho tiempo, te puedes ver reflejado en
la siguiente metáfora budista: “Cuando
alguien te hace daño es como si te mordiera una serpiente. Las hay que tienen
la boca grande y hacen heridas inmensas. Una vez que te ha dejado de morder,
curar una mordedura así puede ser largo y difícil; pero cualquier herida se
cierra finalmente. Pero el problema es mucho peor si la serpiente es venenosa
y, que aunque se ha ido, te deja un veneno dentro que impide que la herida se
cierre. Los venenos más comunes son el de la venganza, el del ojo por ojo y el
de buscar justicia y reparación por encima de todo. El veneno puede estar
actuando durante muchos años y, por eso, la herida no se cierra, el dolor no
cesa durante todo ese tiempo y tu vida pierde alegría, fuerza y energía”.
El perdón no implica el abandono
de la búsqueda de la justicia ni de dejar de defender tus derechos, solamente
se trata de no buscar en ello un desahogo emocional, que implique que en esa
búsqueda de la justicia se convierta en el centro de tu vida y que dificulte un
crecimiento hacia tus objetivos y valores.
Como dijo Alessandro Manzoni
(Poeta y escritor italiano): “El hombre crece cuando se arrodilla”.
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