VIVIR, así con mayúsculas, y no solo “pasar por la vida” es,
sobre todo, atreverse a interactuar con el mundo que está fuera de nuestra
carcasa. Puede o no, ser fácil, pero queda claro que implica correr algunos
riesgos.
Hay quienes por temor (me incluyo) a las consecuencias o para
esquivar los costes, deciden no correrlos. Viven (o sobreviven) encerrados en
unas estructuras que creen muy seguras y que muchas veces se derrumban con la
llegada de un “viento” inesperado.
También, todo sea dicho de paso, está el lado opuesto. Los
que creen que su vida se significa en la cantidad de adrenalina que pueden
sentir corriendo por sus venas, por lo que, caminan a cada instante por el filo
de la navaja, jugándose la vida (y, en muchas ocasiones, no solo la propia) en
cada esquina.
Entre esos dos extremos, están (me incluyo después de
trascender algunos mares con marejadilla), los que se saben vulnerables,
conocen sus posibilidades…
Son, los que un día, de repente, a pesar de un “sol
abrasador” y con el riesgo de quemarse la piel, no quieren perderse el placer
de una caminata y salen de casa con una visera y embadurnados en protector
solar. Son los que, en los días de lluvia, les gusta caminar entre los charcos,
a pesar del riesgo de contraer un resfriado, y con paraguas en mano, salen a la
calle…a vivir.
Lo que me ha quedado claro, es que los que deciden correr
algún riesgo tienen posibilidad de perder algo o a alguien, pueden salir
heridos y que pueden herir a otros, pero no es menos cierto que también los que
se atreven a correr riesgos, pueden ganar lo que nunca hubiera logrado.
Nunca he sido un héroe ni querría serlo, quizá para mis
hijas sí, como lo fue mi padre para mí. Soy, posiblemente como tú, de esos que
no se conforman con ver la vida por televisión ni quieren abandonar a los demás
a su suerte, sabiendo que puedo hacer algo para ayudar, aunque sea un poco.
Después de transitar este camino lleno de satisfacciones y
sinsabores, he podido oír el canto de la vida cuando he intentado y he
conseguido, y también cuando he proyectado y he fracasado con las propias
limitaciones de ser humano; “honrar la vida”.
Justo en este instante, me viene a la memoria la película
Gattaca. Ambientada en una sociedad futura, en la que la mayor parte de los
niños son concebidos in vitro y con técnicas de selección genética. Vincent,
uno de los últimos niños concebidos de modo natural, nace con una deficiencia
cardíaca y no le auguran más de treinta años de vida. Se le considera un
inválido y, como tal, está condenado a realizar los trabajos más
desagradables... Vincent sueña con viajar al espacio, pero sabe muy bien que
nunca será seleccionado. Durante años ejerce toda clase de trabajos hasta que
un día conoce a un hombre que le proporciona la clave para formar parte de la
élite: suplantar a Jerome, un deportista que se quedó paralítico por culpa de
un accidente. De este modo, Vincent ingresa en la Corporación Gattaca, una
industria aeroespacial, que lo selecciona para realizar una misión en Titán.
Vincent corrió el riesgo de “tocar” el espacio aunque el
coste fuese elevado, su propia vida.
Thomas Edison lo plasmó de forma ingeniosa en una de sus
frases: “No he fallado, solo he encontrado 10.000 maneras que no funcionan. Los
que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo".
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