domingo, 13 de noviembre de 2016

LIFE BEFORE DEATH


VIVIR, así con mayúsculas, y no solo “pasar por la vida” es, sobre todo, atreverse a interactuar con el mundo que está fuera de nuestra carcasa. Puede o no, ser fácil, pero queda claro que implica correr algunos riesgos.
Hay quienes por temor (me incluyo) a las consecuencias o para esquivar los costes, deciden no correrlos. Viven (o sobreviven) encerrados en unas estructuras que creen muy seguras y que muchas veces se derrumban con la llegada de un “viento” inesperado.
También, todo sea dicho de paso, está el lado opuesto. Los que creen que su vida se significa en la cantidad de adrenalina que pueden sentir corriendo por sus venas, por lo que, caminan a cada instante por el filo de la navaja, jugándose la vida (y, en muchas ocasiones, no solo la propia) en cada esquina.
Entre esos dos extremos, están (me incluyo después de trascender algunos mares con marejadilla), los que se saben vulnerables, conocen sus posibilidades…
Son, los que un día, de repente, a pesar de un “sol abrasador” y con el riesgo de quemarse la piel, no quieren perderse el placer de una caminata y salen de casa con una visera y embadurnados en protector solar. Son los que, en los días de lluvia, les gusta caminar entre los charcos, a pesar del riesgo de contraer un resfriado, y con paraguas en mano, salen a la calle…a vivir.
Lo que me ha quedado claro, es que los que deciden correr algún riesgo tienen posibilidad de perder algo o a alguien, pueden salir heridos y que pueden herir a otros, pero no es menos cierto que también los que se atreven a correr riesgos, pueden ganar lo que nunca hubiera logrado.
Nunca he sido un héroe ni querría serlo, quizá para mis hijas sí, como lo fue mi padre para mí. Soy, posiblemente como tú, de esos que no se conforman con ver la vida por televisión ni quieren abandonar a los demás a su suerte, sabiendo que puedo hacer algo para ayudar, aunque sea un poco.
Después de transitar este camino lleno de satisfacciones y sinsabores, he podido oír el canto de la vida cuando he intentado y he conseguido, y también cuando he proyectado y he fracasado con las propias limitaciones de ser humano; “honrar la vida”.
Justo en este instante, me viene a la memoria la película Gattaca. Ambientada en una sociedad futura, en la que la mayor parte de los niños son concebidos in vitro y con técnicas de selección genética. Vincent, uno de los últimos niños concebidos de modo natural, nace con una deficiencia cardíaca y no le auguran más de treinta años de vida. Se le considera un inválido y, como tal, está condenado a realizar los trabajos más desagradables... Vincent sueña con viajar al espacio, pero sabe muy bien que nunca será seleccionado. Durante años ejerce toda clase de trabajos hasta que un día conoce a un hombre que le proporciona la clave para formar parte de la élite: suplantar a Jerome, un deportista que se quedó paralítico por culpa de un accidente. De este modo, Vincent ingresa en la Corporación Gattaca, una industria aeroespacial, que lo selecciona para realizar una misión en Titán.
Vincent corrió el riesgo de “tocar” el espacio aunque el coste fuese elevado, su propia vida.
Thomas Edison lo plasmó de forma ingeniosa en una de sus frases: “No he fallado, solo he encontrado 10.000 maneras que no funcionan. Los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo".

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