Cuando subes a un avión, siempre una amable azafata explica las medidas de
seguridad antes de despegar. Comunica que en caso de una pérdida de presión en
la cabina, se abrirán automáticamente los compartimentos situados encima de los
asientos. Si esto ocurriese, debes tirar fuertemente de la máscara, colocártela
sobre la nariz y la boca, y respirar normal. Asegurarte de tener tu máscara
ajustada antes de ayudar a otros pasajeros.
Lo más importante de este mensaje es entender que primero tienes que ponerte
tu máscara, porque nadie va a poder ponértela tan bien como tú, y porque si
cada pasajero se dedica a ponérsela al vecino, lo único que puede pasar es que
acabemos todos asfixiados.
Aunque este protocolo es habitual dentro de un avión, a veces nos olvidamos
de hacerlo en nuestra propia vida. Queremos ponerle la máscara a todos los que
están a nuestro alrededor, incluso a veces, solo para contentarlos, y no nos
damos cuenta de que con tanto trabajo se nos va desajustando la nuestra, y nos
puede empezar a faltar el aire.
La idea central de estas letras es que tú eres la persona más
importante, y que por
tanto deberías tratarte como tal. Luego están las personas más considerables de
tu vida, y son aquellas que su tiempo (lo más valioso), te lo entregan sin intercambio.
Para dedicarles lo que ellos te dan (tiempo), queda claro que tu máscara
debe estar bien ajustada, sólo así, puedes apoyarlas y disfrutarlas en
plenitud. Sobra argumentar que cuando uno respira en plétora, goza de todo lo que
desea hacer.
Ahora bien, hay quienes no se han sumergido en su mundo interno y no han
descubierto que las verdaderas riquezas están ahí, y se vuelven “adictos” a lo
externo: trabajo, dinero, sexo, drogas…
Si por ejemplo, eres adepto al trabajo y tu vida gira alrededor de este, es
una evidencia clara de que estás lejos de tu centro. Todo aquello que nos aleje
de nuestra naturaleza nos hará daño.
Recuerdo una conversación donde tuve el placer de cenar con el lama tibetano
Tulku Lobsang, que nos decía que teníamos que desprendernos de todo aquello que
nos quita felicidad para estar conectados con nuestra propia naturaleza.
Eso requiere un trabajo interno, realizar autocrítica, y a veces, dar un
paso atrás para observar y darnos cuenta de quienes son los ladrones de nuestra
paz. Interpreto que de esta forma, podremos coger el timón de nuestro barco y
navegar con rumbo. De lo contrario, el océano es demasiado grande para
encontrarnos en él.
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