
Existe una “reflexión” de un grupo musical (Extremoduro) que anidó en mi adolescencia y aún permanece, aunque ahora sólo les escuche de puntillas. La “cita” ha sido masticada en varias ocasiones con los “míos” (nadie es de nadie, cariñosamente les bautizo así, porque siempre estamos cavilando cualquier frase, cualquier situación que nos haga meditar, y eso crea un vínculo de mayor intensidad) y que dice así: “Para algunos, la vida es un camino empedrado de horas, minutos y segundos, yo, más humilde soy, y sólo quiero que la última ola del último suspiro de un segundo me transporte mecido hasta el siguiente”.
Disfrutar, exprimir la vida, es mi forma de entender esta reflexión. Nadie tiene un contrato “indefinido” con la vida. Vivimos en un constante presente, y si profundizamos en esto, podríamos llegar casi seguro a la conclusión, de que el pasado y el futuro son sólo “trucos” de nuestra sociedad programada. Quizá para poder valorar y así disfrutar de nuestro presente, nuestro perenne presente, sería bueno que aprendiéramos (me incluyo) a apreciar las cosas buenas que ya tenemos. Podría pasar que creamos que no tenemos “demasiadas” cosas buenas, que la hipoteca nos impide ahorrar y por supuesto nos frenara los caprichos que deseamos. Esta carga (emocional) conlleva a que creamos que nuestra fuerza interna esté en constante fuga.
Supongo que como yo, piensas que todo sería más fácil si tuviéramos mucho dinero, o un gran poder, aunque, como todos, también sabrás que los adinerados son infelices y tienen vidas atormentadas (no sólo los pobres). No digo que no sea bueno tener dinero, y con él, conseguir el “acceso” a todo aquello que tienes en tu mente, o a aquello que “el dinero puede comprar”, para ser más explícito. Te invito a que reflexiones (de vez en cuando, no siempre, los extremos son malos) sobre cuánto vale vivir en un país del primer mundo, o cuánto cuesta el amor que te tienen y que tú le profesas a tus amigos y familiares.
Con estas humilde letras, lo que deseo, es que no seas (vuelvo a incluirme) tan autoexigente y empieces a ocuparte en valorar y disfrutar el presente, este que te ha tocado vivir, y de esa manera, evites pasar por esta vida sin comprender por qué vale la pena estar aquí, en este redondo planeta.
Para finalizar este “presente”, dejo un cuento que deseo compartir contigo para la reflexión:
Un zar, se hallaba enfermo, y ofrecía la mitad de su reino a quien lo curara.
Todos los SABIOS se reunieron y celebraron una junta para curarlo, pero no encontraron medio alguno. Uno de ellos, sin embargo, declaró que era posible curarlo.
- Si sobre la TIERRA se encuentra a un hombre FELIZ - dijo -, quítenle la camisa y que se la ponga el zar, con lo que éste será curado.
El zar mandó buscar a un hombre feliz. Los enviados del soberano se esparcieron por todo el reino, pero no lograron descubrir un solo hombre feliz, contento con su vida. Uno era rico, pero estaba enfermo; el otro gozaba de salud, pero era pobre; aquel rico y sano se quejaba de su mujer... Todos lamentaban algo.
Cierta noche, muy tarde, el hijo del zar, al pasar por delante de pobre choza, oyó que alguien exclamaba:
- Gracias a DIOS, he trabajado y he comido bien. ¿Qué me falta?
El hijo del zar se sintió lleno de alegría; inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien a cambio habría que darle la mitad del reino.
Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa; pero el HOMBRE FELIZ era tan pobre, tan pobre, que no tenía CAMISA.