jueves, 29 de julio de 2010

RESPETAR...ACEPTAR

Hace algún tiempo, vi al Dalai Lama en una entrevista en la televisión.
Estaba dando una conferencia de prensa y en ella explicaba el sufrimiento y las atrocidades que ocurrían en el Tibet (el techo del mundo,mmmm). Este REINO MÁGICO en el Himalaya había caído bajo el control de la China comunista, que había privado a los tibetanos de todos sus derechos religiosos y fundamentales.

Cuando la conferencia estaba terminando, un perdiodista le hizo una pregunta al Dalai Lama:
- Y cuál cree que es la solución a tan tremenda tragedia?

El Dalai Lama sonrió, como lo hace siempre, y dijo:
- APRENDE a aceptar y a respetar cualquier insecto, por repugnante que éste te parezca, y habrás aprendido a RESPETAR y ACEPTAR al mundo.

Como budista no exclusivista (el cristianismo ha sido mi cuna, mi madre, mujer religiosa donde las haya, se ha encargado de transmitirme las maravillosas enseñanzas de CRISTO) esas palabras del Dalai Lama crearon ciertas ondas en mí, generando cierto incremento por descubrir más y más las palabras de BUDA.
Si somos capaces de respetar a un insecto, una criatura insignificante, o quizá despreciable, entonces no deberíamos tener problema alguno en aprender a respetar (tarea ardua) a cualquier ser, humano o no, que viva en este maravilloso planeta.

lunes, 19 de julio de 2010

PARTIR


Muchas veces me he puesto a pensar que, cuando alguien a quien queremos mucho y es importante en nuestra vida, enferma gravemente, sentimos, además del dolor, un miedo profundo, tan profundo como la necesidad de volver el tiempo atrás, hasta colocarlo donde comenzamos esa relación. Y así, no sentirnos “huérfanos”.
No sé si huérfanos sería la palabra correcta, pero la sensación de vacío que nos queda se equipara a un gran hueco que habita en nuestros corazones cuando quienes nos han dado su amor, irremediablemente parten o "deciden hacerlo", y lo peor, es que a veces, ni siquiera sabemos hacia donde van. No hago mención sólo a la muerte, a veces puede ser el caso del amor, o la amistad.
Sentimos en su ausencia una enorme soledad, como antes mencioné, un gran vacío, un silencio que aturde y desespera, un frío que no viene de ventanas abiertas sino de la sensación de desamparo y de angustia por no poder escuchar más su voz, o sentir la tibia sonrisa que compartiéramos.
Creo que a todos nos invade ese pensamiento cuando nos enfadamos con uno de los nuestros y hemos sentido esa sensación de miedo, de temor a no saber más de esa persona. Los que hemos “padecido” esa necesidad de volver el tiempo atrás para que nada de esto sucediera, queremos creer que se trata de un mal sueño del que mañana despertaremos sonriendo precisamente para entender que fue sólo eso, sólo un mal sueño.
Lo mejor, desde mi modesta opinión, si alguien "decide irse" de nuestro lado, es allanarle el camino, pero con un pequeño matiz, clavando en el suelo una señal que indique:
Pase lo que pase, yo estaré aquí, por si me necesitas.

domingo, 4 de julio de 2010

VALORAR - SE


Existe una “reflexión” de un grupo musical (Extremoduro) que anidó en mi adolescencia y aún permanece, aunque ahora sólo les escuche de puntillas. La “cita” ha sido masticada en varias ocasiones con los “míos” (nadie es de nadie, cariñosamente les bautizo así, porque siempre estamos cavilando cualquier frase, cualquier situación que nos haga meditar, y eso crea un vínculo de mayor intensidad) y que dice así: “Para algunos, la vida es un camino empedrado de horas, minutos y segundos, yo, más humilde soy, y sólo quiero que la última ola del último suspiro de un segundo me transporte mecido hasta el siguiente”.
Disfrutar, exprimir la vida, es mi forma de entender esta reflexión. Nadie tiene un contrato “indefinido” con la vida. Vivimos en un constante presente, y si profundizamos en esto, podríamos llegar casi seguro a la conclusión, de que el pasado y el futuro son sólo “trucos” de nuestra sociedad programada. Quizá para poder valorar y así disfrutar de nuestro presente, nuestro perenne presente, sería bueno que aprendiéramos (me incluyo) a apreciar las cosas buenas que ya tenemos. Podría pasar que creamos que no tenemos “demasiadas” cosas buenas, que la hipoteca nos impide ahorrar y por supuesto nos frenara los caprichos que deseamos. Esta carga (emocional) conlleva a que creamos que nuestra fuerza interna esté en constante fuga.
Supongo que como yo, piensas que todo sería más fácil si tuviéramos mucho dinero, o un gran poder, aunque, como todos, también sabrás que los adinerados son infelices y tienen vidas atormentadas (no sólo los pobres). No digo que no sea bueno tener dinero, y con él, conseguir el “acceso” a todo aquello que tienes en tu mente, o a aquello que “el dinero puede comprar”, para ser más explícito. Te invito a que reflexiones (de vez en cuando, no siempre, los extremos son malos) sobre cuánto vale vivir en un país del primer mundo, o cuánto cuesta el amor que te tienen y que tú le profesas a tus amigos y familiares.
Con estas humilde letras, lo que deseo, es que no seas (vuelvo a incluirme) tan autoexigente y empieces a ocuparte en valorar y disfrutar el presente, este que te ha tocado vivir, y de esa manera, evites pasar por esta vida sin comprender por qué vale la pena estar aquí, en este redondo planeta.
Para finalizar este “presente”, dejo un cuento que deseo compartir contigo para la reflexión:

Un zar, se hallaba enfermo, y ofrecía la mitad de su reino a quien lo curara.
Todos los SABIOS se reunieron y celebraron una junta para curarlo, pero no encontraron medio alguno. Uno de ellos, sin embargo, declaró que era posible curarlo.

- Si sobre la TIERRA se encuentra a un hombre FELIZ - dijo -, quítenle la camisa y que se la ponga el zar, con lo que éste será curado.

El zar mandó buscar a un hombre feliz. Los enviados del soberano se esparcieron por todo el reino, pero no lograron descubrir un solo hombre feliz, contento con su vida. Uno era rico, pero estaba enfermo; el otro gozaba de salud, pero era pobre; aquel rico y sano se quejaba de su mujer... Todos lamentaban algo.

Cierta noche, muy tarde, el hijo del zar, al pasar por delante de pobre choza, oyó que alguien exclamaba:
- Gracias a DIOS, he trabajado y he comido bien. ¿Qué me falta?

El hijo del zar se sintió lleno de alegría; inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien a cambio habría que darle la mitad del reino.

Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa; pero el HOMBRE FELIZ era tan pobre, tan pobre, que no tenía CAMISA.