lunes, 15 de octubre de 2012

EL DERECHO A LA TRISTEZA



Sentado en la cocina mientras dialogaba con mi madre como hago habitualmente, absorbía uno de los últimos buches de café de esa taza que solemos compartir para ponernos al día de las situaciones familiares, cuando ésta, me confesaba que se sentía triste, sin ganas, apática. Quiso sacudirse el peso que le llevaría a sentirse así, echándole la culpa al otoño, a un cambio de estación. Aquel “burrito” de carga, esa fuente inagotable de recursos para sacar a cualquiera del lodo, me estaba diciendo que se hallaba en un estado de aflicción. Me dediqué a escucharla y sólo la contrarresté para manifestarle que se trataría de un estado pasajero…como todo en la vida.
Una vez abandoné el nido que me vio nacer, y con el volante entre las manos, me cuestioné si aquella mujer, madre, esposa y un sinfín de personajes a los cuales ha tenido que recurrir a lo largo de su “película”, no tenía derecho a sentirse triste.
“Pues sí”, me dije, uno tiene todo el derecho a encontrarse mal. No podemos pasarnos la vida esquivando curvas, con esa actitud nos estamos perdiendo vivir la vida misma, con sus múltiples colores, parte de los cuales son la melancolía, la tristeza, la nostalgia…
No tiene nada de malo sentirse triste, incluso es más, sólo si vivimos intensamente la tristeza podemos vivir intensamente la alegría. 
De lo que se trata, desde mi modesta opinión, es abrazar todas las emociones, sin tenerles miedo y no vivir sólo las que los demás esperan de nosotros, lo cual es completamente agotador.
La tristeza es un estado necesario para emprender. Nos sirve para darnos cuenta que quizás hay algo dentro de nosotros que debamos modificar o quizá fuera, en la vida, en el mundo que nos rodea.
Lo que no es bueno, es negar nuestras emociones, no escucharlas, eso nos va  desgastando como las olas lo hacen al golpear las rocas. Nos educan para conocer el universo, los secretos de la vida, la materia y quizás a Dios, y se olvidan de enseñarnos la manera de comprender nuestra alma. Tenemos que conectar con cada emoción, entenderla, abrazarla, ver cómo la disfrazamos o la encubrimos para posteriormente desnudarla y vivirla sin enjaularla, permitiéndonos llorar si con ello llegamos a sentirnos bien, a liberarnos, haciéndolo sin presiones, sin que la vergüenza se adueñe de nosotros.
Negar que nuestra sociedad tiene cierta dificultad para aceptar la tristeza es un absurdo. Es más, creo que existe cierta tendencia a la prohibición de que nos sintamos mal. Se procura un “yo” que esté a la altura de una sociedad cada vez más consumista, con el agravante de los tiempos que corren y eso nos impide caer, aún cuando las fuerzas flaquean.
Una vez leyendo al Dalai Lama, éste recomendaba el abandono de esa búsqueda insana de la felicidad permanente, y en cambio, buscar la alegría del corazón, que no es otra cosa que una paz profunda del alma, compatible con la tristeza.
Para girar las bisagras de este humilde escrito y ponerle fin, te invito a vivir cada una de tus emociones, porque una vida sin éstas, es sólo media vida.

3 comentarios:

Marta Jiménez-Psicóloga dijo...

Me encanta Alexis, ni un punto, ni una coma sobran. un abrazo

Lorena Navarro dijo...

Simplemente SENTIR... privarse de la posibilidad de estar VIVO/A... pues independientemente de lo que se sienta, siempre nos aportará más...que permanecer inertes. Un besazo, más que Enorme mi Friki!!

rescatadora de momentos dijo...

Aceptar las emociones ya es un punto de paz. Yo pienso como madre, que si oculto emociones a mis hijos.. acaso no les pongo una losa de perfección para que cuando ellos las sientan..las repriman, y en vez de encontrar consuelo, tengan culpabilidad y verguenza?.Por ello eligo mostrarme con todo lo que soy y solucionarlo en el momento, porque son sentimientos de todos y es la única manera de comprendernos. Al ver así a tu madre no te une más a ella como ser humano que es?. Tuviste buena sensibilidad al escucharla y comprenderla. Bonito momento. Cariño para tu madre y para ti.