miércoles, 5 de diciembre de 2012

EL PERDÓN



Como ocurre en toda familia (la mía no iba a ser diferente), nos sumergimos en conversaciones superfluas, reflexivas,  y éstas pueden llegar a un nivel de intensidad que nos aleje de cómo entramos cuando la entablamos. No todos vemos las cosas desde el mismo prisma, eso es parte de lo que nos hace únicos.
 No hace mucho, iniciamos una charla en casa, que no terminó del agrado de ninguno de los que participamos en ella, es de suponer que nadie vio la realidad desde un mismo prisma, y cada uno quiso “imponer la suya, respetando cada punto de vista”. Los aires se templaron y a sabiendas de que existe un cariño inexplicable que nos une, ese día, cada uno se fue con su realidad y a cuestas con su enfado.
Cuando introducía la llave para arrancar el coche y partir, mi acompañante, mi pequeña mujercita de nueve años, sin aún cerrar la puerta sujetándola con su brazo derecho, “me soltó”: “Papá, ¿se enfadaron?”. Le expliqué acorde a su edad, que a veces las personas no nos ponemos de acuerdo en ciertas situaciones, y eso conlleva a que a veces nos enojemos. Sin apenas respirar, me volvió a golpear con su ilimitado lenguaje: “¿Y por qué no se piden perdón y ya está?”.
La atravesé con mis pupilas, pudiendo ver más allá de aquel cuerpecito hecho de carne y hueso con nueve otoños, un alma pura, blanca, inocente y le contesté: “sí cariño, tienes toda la razón”.
Mientras conducía no pude espantar  aquellas palabras que habían aflorado de la pequeña cueva que habita en el rostro de mi hija, y que anidaron en mi mente. Sin dejar de mirarla, se dibujó una sonrisa en mis labios que me cubrió media cara. ¡Cuánta razón tenía! y sobre todo, con que sencillez había solucionado lo que el orgullo a veces no nos deja zanjar.
En esta vida humana, tan difícil de obtener y tan fácil de perder, malgastamos tiempo y energía en no saber, incluso en no querer (inflados por la vanidad), pedir disculpas y perdonarnos.
Quien indulta, quien perdona, se llena de paz, como cuando llenas el depósito del coche y sales de la gasolinera viendo la aguja indicando que el depósito está al tope. Te da cierta tranquilidad. Con el perdón, ocurre lo mismo, nos libera de ataduras que nos amargan. Abre puertas donde el aire entra penetrando en el pecho a una velocidad de vértigo que nos enfría el corazón. Interpreto que la vida es mucho más sencilla de lo que nosotros hacemos de ella, podemos perdonar sin estar de acuerdo con lo que nos han hecho, sin incluso aprobarlo, pero si aceptamos las cosas tal como son, y sobre todo de donde salen, es decir, aceptar al otro tal como es, podemos atravesar umbrales que jamás hubiésemos imaginado.
Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro sin darnos cuenta que el mayor beneficiado puede llegar a ser uno mismo. De ahí que me “agarre” a las palabras de Buda: “Aferrarte a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de tirárselo a otra persona; tú eres quien termina quemado”.

1 comentario:

rescatadora de momentos dijo...

Los niños tan sabios por ser sencillos, q bueno q lo sepas. Se me ocurre algo Alexis. A quién tenemos q perdonar? Al otro por no pensar como nosotros? O a nosotros por no tolerar lo q piensa el otro? Acaso no somos nosotros los q tenemos q investigar pq sentimos orgullo, vanidad, rabia...? Y si comprendemos esto...entonces no tenemos la necesidad de culpar a nadie, por tanto nada q perdonar, ni proyectariamos nuestras incapacidades..para luego tener q pedir perdón. Y si no nos hemos dado cuenta..cuando lo vemos, el perdón es de verdad y te une más al otro. Sin más, es lo q yo he experimentado. Gracias por exponente con tu ejemplo, nos acerca como personas.