viernes, 14 de junio de 2013
lunes, 3 de junio de 2013
lunes, 6 de mayo de 2013
QUIEN AMA NO NECESITA PERDONAR
En una ocasión, un
hombre se acercó a Buda e, imprevisiblemente, sin decir palabra, le escupió a
la cara. Sus discípulos, por supuesto, se enfurecieron. Ananda, el discípulo
más cercano, dijo dirigiéndose a Buda:
- ¡Dame permiso para que le enseñe a este hombre lo que acaba de hacer!
Buda se limpió la cara con serenidad y dijo a Ananda:
- No. Yo hablaré con él.
Y uniendo las palmas de sus manos en señal de reverencia, habló de esta manera al hombre.
- Gracias. Has creado con tu actitud una situación para comprobar si todavía puede invadirme la ira. Y no puede. Te estoy tremendamente agradecido. También has creado un contexto para Ananda; esto le permitirá ver que todavía puede invadirlo la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y queremos hacerte una invitación. Por favor, siempre que sientas el imperioso deseo de escupir a alguien, piensa que puedes venir a nosotros.
Fue una conmoción tan grande para aquel hombre... No podía dar crédito a sus oídos. No podía creer lo que estaba sucediendo. Había venido para provocar la ira de Buda. Y había fracasado. Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama y no pudo conciliar el sueño. Los pensamientos lo perseguían continuamente. Había escupido a la cara de Buda y éste había permanecido tan sereno, tan en calma como lo había estado antes, como si no hubiera sucedido nada...
A la mañana siguiente, muy temprano, volvió precipitado, se postró a los pies de Buda y dijo:
- Por favor, perdóname por lo de ayer. No he podido dormir en toda la noche.
Buda respondió:
- Yo no te puedo perdonar porque para ello debería haberme enojado y eso nunca ha sucedido. Ha pasado un día desde ayer, te aseguro que no hay nada en ti que deba perdonar. Quien ama, no necesita perdonar. Si tú necesitas perdón, ve con Ananda; échate a sus pies y pídele que te perdone. Él lo disfrutará.
- ¡Dame permiso para que le enseñe a este hombre lo que acaba de hacer!
Buda se limpió la cara con serenidad y dijo a Ananda:
- No. Yo hablaré con él.
Y uniendo las palmas de sus manos en señal de reverencia, habló de esta manera al hombre.
- Gracias. Has creado con tu actitud una situación para comprobar si todavía puede invadirme la ira. Y no puede. Te estoy tremendamente agradecido. También has creado un contexto para Ananda; esto le permitirá ver que todavía puede invadirlo la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y queremos hacerte una invitación. Por favor, siempre que sientas el imperioso deseo de escupir a alguien, piensa que puedes venir a nosotros.
Fue una conmoción tan grande para aquel hombre... No podía dar crédito a sus oídos. No podía creer lo que estaba sucediendo. Había venido para provocar la ira de Buda. Y había fracasado. Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama y no pudo conciliar el sueño. Los pensamientos lo perseguían continuamente. Había escupido a la cara de Buda y éste había permanecido tan sereno, tan en calma como lo había estado antes, como si no hubiera sucedido nada...
A la mañana siguiente, muy temprano, volvió precipitado, se postró a los pies de Buda y dijo:
- Por favor, perdóname por lo de ayer. No he podido dormir en toda la noche.
Buda respondió:
- Yo no te puedo perdonar porque para ello debería haberme enojado y eso nunca ha sucedido. Ha pasado un día desde ayer, te aseguro que no hay nada en ti que deba perdonar. Quien ama, no necesita perdonar. Si tú necesitas perdón, ve con Ananda; échate a sus pies y pídele que te perdone. Él lo disfrutará.
No se podría delinear mejor lo
que se desea plasmar en estas letras, sin la ayuda de este maravilloso cuento. El
título hace mención a las palabras de Buda dirigidas a su supuesto antagonista.
Sólo aquellos capaces de amar sin condición pueden perdonar. Cuando se perdona
de semejante forma, lo hacemos desvinculándonos del pasado, porque el
amor verdadero desconoce el resentimiento. Si me preguntan si soy una
persona rencorosa, contestaría sin dudar: “No, claro que no”. El resentimiento
no me permitiría llevar una vida tranquila y hace tiempo que aprendí a
perdonar; el
odio es una cólera disfrazada que supura una herida mal curada.
Una vez
leí del Dalai Lama una frase que no me dejó indiferente: “Si no perdonas
por amor, perdona al menos por egoísmo, por tu propio bienestar”.
“Perdonar
por nuestro propio bienestar…”. Pues sí, estoy totalmente de acuerdo. Una
persona que lleva el peso del rencor a cuestas, ve como su apacible armonía se
va trastornando. Su integridad interior amenazada y las emociones que se creían
bien controladas se desencadenan. Si no logramos perdonar, no cruzaremos las
bisagras del sosiego. Ésta nos hace sentir que nuestra vida está en equilibrio
y que todo permanece bien en nuestro interior y a nuestro alrededor.
Nada se acerca a la felicidad tanto como la tranquilidad. De
ahí que me quede con la frase de Antonio Gala para “darle portazo” a estas
palabras: “La felicidad es darse cuenta, que nada es demasiado importante”.
miércoles, 13 de febrero de 2013
MOMENTOS
Después de sumar un invierno más
recientemente en la cuenta de mi vida, y con ciertas experiencias atravesadas,
me voy dando cuenta, cada día, que la vida no es más que una sucesión de
momentos, situaciones, que se dan justo en el instante que vamos perforando. Y
cuando pasan, se acumulan en forma de recuerdos.
Nuestra vida, nuestra
experiencia, se compone de la suma (a veces de la multiplicación) de esos
acontecimientos. Frecuentemente, lo suelo vivir como las grandes y las pequeñas
experiencias. Las de mayor tamaño, son momentos como: el día que sacamos el
permiso de conducir, un cumpleaños, el primer beso, el nacimiento de un hijo,
la primera vez que montamos en avión… Pero la mayoría de los instantes, son en
realidad, pequeños y cotidianos: levantarnos para ir a trabajar, desayunar,
abrigarnos para cubrir del frío nuestra alma, un beso, una mirada, una sonrisa…
Para muchos, esos días cargados
de frecuentes momentos, de “insignificantes” detalles, pasan en balde. La
rutina, la mayor depredadora de todos los tiempos, se encarga de desdibujar
nuestros días y tal como transcurren, desaparecen. Hoy es tan parecido a ayer,
que nuestra atención pasa por alto lo que nos ha sucedido.
Desde que era niño, he aprendido
(ahora aprendo a desaprender) a vivir esperando a que lleguen los grandes
momentos, esos que creemos que marcarán nuestra vida y que nos hará sentir más
feliz. Desafortunadamente, en esa espera y sin percatarnos se nos puede escapar
gran parte de nuestra vida.
Sin ir más lejos, los fines de semana
apuesto al azar “buscando lo imposible”,
y me pregunto, si un día la quiniela aterrizara en mis manos con una
cantidad considerable de dinero, ¿cuánto tiempo podría vivir sin el mismo? Y ¿cuánto sin aire?
Considero, sin embargo que
valoramos lo primero por encima de lo segundo. Si estuviéramos unos minutos sin
aire y nos ofrecieran el beneficio de la quiniela o un poquito de oxígeno, ¿qué
escogeríamos?
El problema radica en que
aprendemos a valorar las pequeñas cosas cuando nos faltan o cuando ya han
pasado, cuando la nostalgia por lo vivido realza los momentos cotidianos,
cuando éstos se han esfumado. Aprendiendo a valorar lo que tenemos podremos
disfrutar más de la vida, aunque esto ya suene a tópico.
No hace mucho, en una tienda de
textil, una amiga que me acompañaba para poder cambiar una prenda de ropa que
me había regalado por mi reciente cumpleaños, y no terminó de encajar en mi
cuerpo, se tropezó en el local con unos familiares. Una de ellas que había “superado”
por segunda vez un cáncer, y que tapaba no sólo su cabeza sino parte de su alma
con un precioso pañuelo, le sirvió a su hija de estímulo, porque su heredera se
negaba a llevarse una prenda de ropa. El precio establecido le parecía alto. El
caso, es que sólo unas palabras de su progenitora bajo el efluvio de lo que
estaba pasando, hizo que su hija saliera con la bolsa colgando de su mano
derecha.
Supongo que ver como una
enfermedad puede ganarte la batalla, hace que pienses que no volverás a ver una
puesta de sol, reír, pasear, comprar… En definitiva, estar bajo tal amenaza,
hace que tasemos lo superfluo en profundo, lo pequeño en grande.
Curioso, justo ahora que escribo
estas líneas, me doy cuenta de que mis pequeñas letras crecen al pasar por
tus pupilas. Juntos, hemos transformado un momento pequeño en algo grande.
domingo, 13 de enero de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)