Se cuenta que dos amigos atravesaban un bosque cuando apareció un enorme oso. El más rápido de los dos huyó sin preocuparse del otro que, para salvarse, se tiró al suelo simulando estar muerto.
El oso creyéndolo muerto, lo lamió y se fue. Parecía como si le hubiese dicho algo.
-¿Qué te ha dicho? -le preguntó el huidizo.
-Sólo me ha dicho que no me fíe de los “amigos como tú”.
Como viene siendo habitual, me gusta comenzar el tema a exponer poniendo de aperitivo, un cuento relacionado.
El pasado fin de semana como de costumbre celebré mi ritual, un paseo con mi perra por la gran avenida costera que bordea nuestra ciudad de Telde. Al comienzo del trayecto, me tropecé con dos amigas y sus respectivos hijos a golpe de pedal en sus bicicletas. Los niños, estimulados al ver a la perra abandonaron sus pedales y corrieron junto al animal. Éste no paraba de mover el rabo, señal de alegría y de que entre ellos existía una conexión “fuera de lo humano”.
Como el destino nos llevaba en la misma dirección, fuimos a la par, charlando y viendo el juego de los niños. Uno de ellos, al que más respeto le imponía Moli (así se llama mi perra), se agarraba a la pierna de su madre, como si de un bote salvavidas se tratase. Fue entonces cuando se me ocurrió cogerle de la mano y darle las riendas de la perrita. El “temor” desapareció enseguida. “Dicen que los niños tienen el don de saber que seres realmente les quieren, un don que con el tiempo se va perdiendo”.
Mediante la correa que los unía, continuaron caminando cabizbajos, pensativos, “cada uno consigo y juntos a la vez”. Al mirar esa escena, contemplé uno de los pocos momentos en los que la naturaleza se expresa libremente y me pobló el típico pensamiento: “el perro, el mejor amigo del hombre”. En cuestión de segundos esa vivencia hizo que me invadieran miles de pensamientos relacionados con la amistad.
Quizás sea una de las relaciones interpersonales más comunes que la mayoría de las personas tenemos en la vida. Se da en distintas etapas y en diferentes grados de importancia y trascendencia. De la misma manera que existen amistades que nacen a los pocos minutos de relacionarse, hay otras en cambio que tardan años en hacerlo. Esta claro que debido a estos matices, no todos tenemos el mismo concepto de AMISTAD. Para mí, nace cuando dos personas o una y en este caso el perro, encuentran ante todo y sobre todo inquietudes comunes. Con capacidad de cuidarse y cultivarse “activamente” en el transcurso del tiempo, en una serie de virtudes comunes para ambos: sinceridad, franqueza, respeto y generosidad… Entre ellas subrayo una a la que particularmente valoro y doy mucha importancia, que es la ACEPTACIÓN, sin pretender jamás adueñarse de la voluntad del otro. Destaco ésta porque considero que ninguna otra relación, respeta tanto la libertad del otro como LA AMISTAD.
Muchas de las imágenes que durante el paseo se instauraron en mi retina viendo al niño con el perro, fueron la mejor representación de la esencia de la AMISTAD que inmediatamente surgió entre ellos, esa obediencia y quietud a la vez, que es capaz de transmitir en este caso el perro sin necesidad de pedirla, esa complicidad que invita a ver la vida siempre como un juego. La verdadera amistad es desinteresada, pues más consiste en dar que en recibir, lo cual no implica que no sea necesaria una
correspondencia, un afecto y una benevolencia mutuas, como pude presenciar en este paseo. Llevado al plano entre personas, sólo cuando una amistad es de verdad, tiende ésta a hacerse más fuerte, no dejándose corromper por la envidia, no enfriándose por las sospechas, y creciendo en la adversidad. Lo comparo con MI AMIGO EL PERRO porque él es un claro ejemplo al estar siempre predispuesto al reencuentro, acompañándome incondicionalmente en cada uno mis naufragios, aquilatando mi soledad en muchos malos momentos, animándome cuando la angustia me ensombrece invitándome a uno de estos mágicos paseos, regalándome toda su atención y su lealtad.