jueves, 29 de julio de 2010

RESPETAR...ACEPTAR

Hace algún tiempo, vi al Dalai Lama en una entrevista en la televisión.
Estaba dando una conferencia de prensa y en ella explicaba el sufrimiento y las atrocidades que ocurrían en el Tibet (el techo del mundo,mmmm). Este REINO MÁGICO en el Himalaya había caído bajo el control de la China comunista, que había privado a los tibetanos de todos sus derechos religiosos y fundamentales.

Cuando la conferencia estaba terminando, un perdiodista le hizo una pregunta al Dalai Lama:
- Y cuál cree que es la solución a tan tremenda tragedia?

El Dalai Lama sonrió, como lo hace siempre, y dijo:
- APRENDE a aceptar y a respetar cualquier insecto, por repugnante que éste te parezca, y habrás aprendido a RESPETAR y ACEPTAR al mundo.

Como budista no exclusivista (el cristianismo ha sido mi cuna, mi madre, mujer religiosa donde las haya, se ha encargado de transmitirme las maravillosas enseñanzas de CRISTO) esas palabras del Dalai Lama crearon ciertas ondas en mí, generando cierto incremento por descubrir más y más las palabras de BUDA.
Si somos capaces de respetar a un insecto, una criatura insignificante, o quizá despreciable, entonces no deberíamos tener problema alguno en aprender a respetar (tarea ardua) a cualquier ser, humano o no, que viva en este maravilloso planeta.

lunes, 19 de julio de 2010

PARTIR


Muchas veces me he puesto a pensar que, cuando alguien a quien queremos mucho y es importante en nuestra vida, enferma gravemente, sentimos, además del dolor, un miedo profundo, tan profundo como la necesidad de volver el tiempo atrás, hasta colocarlo donde comenzamos esa relación. Y así, no sentirnos “huérfanos”.
No sé si huérfanos sería la palabra correcta, pero la sensación de vacío que nos queda se equipara a un gran hueco que habita en nuestros corazones cuando quienes nos han dado su amor, irremediablemente parten o "deciden hacerlo", y lo peor, es que a veces, ni siquiera sabemos hacia donde van. No hago mención sólo a la muerte, a veces puede ser el caso del amor, o la amistad.
Sentimos en su ausencia una enorme soledad, como antes mencioné, un gran vacío, un silencio que aturde y desespera, un frío que no viene de ventanas abiertas sino de la sensación de desamparo y de angustia por no poder escuchar más su voz, o sentir la tibia sonrisa que compartiéramos.
Creo que a todos nos invade ese pensamiento cuando nos enfadamos con uno de los nuestros y hemos sentido esa sensación de miedo, de temor a no saber más de esa persona. Los que hemos “padecido” esa necesidad de volver el tiempo atrás para que nada de esto sucediera, queremos creer que se trata de un mal sueño del que mañana despertaremos sonriendo precisamente para entender que fue sólo eso, sólo un mal sueño.
Lo mejor, desde mi modesta opinión, si alguien "decide irse" de nuestro lado, es allanarle el camino, pero con un pequeño matiz, clavando en el suelo una señal que indique:
Pase lo que pase, yo estaré aquí, por si me necesitas.

domingo, 4 de julio de 2010

VALORAR - SE


Existe una “reflexión” de un grupo musical (Extremoduro) que anidó en mi adolescencia y aún permanece, aunque ahora sólo les escuche de puntillas. La “cita” ha sido masticada en varias ocasiones con los “míos” (nadie es de nadie, cariñosamente les bautizo así, porque siempre estamos cavilando cualquier frase, cualquier situación que nos haga meditar, y eso crea un vínculo de mayor intensidad) y que dice así: “Para algunos, la vida es un camino empedrado de horas, minutos y segundos, yo, más humilde soy, y sólo quiero que la última ola del último suspiro de un segundo me transporte mecido hasta el siguiente”.
Disfrutar, exprimir la vida, es mi forma de entender esta reflexión. Nadie tiene un contrato “indefinido” con la vida. Vivimos en un constante presente, y si profundizamos en esto, podríamos llegar casi seguro a la conclusión, de que el pasado y el futuro son sólo “trucos” de nuestra sociedad programada. Quizá para poder valorar y así disfrutar de nuestro presente, nuestro perenne presente, sería bueno que aprendiéramos (me incluyo) a apreciar las cosas buenas que ya tenemos. Podría pasar que creamos que no tenemos “demasiadas” cosas buenas, que la hipoteca nos impide ahorrar y por supuesto nos frenara los caprichos que deseamos. Esta carga (emocional) conlleva a que creamos que nuestra fuerza interna esté en constante fuga.
Supongo que como yo, piensas que todo sería más fácil si tuviéramos mucho dinero, o un gran poder, aunque, como todos, también sabrás que los adinerados son infelices y tienen vidas atormentadas (no sólo los pobres). No digo que no sea bueno tener dinero, y con él, conseguir el “acceso” a todo aquello que tienes en tu mente, o a aquello que “el dinero puede comprar”, para ser más explícito. Te invito a que reflexiones (de vez en cuando, no siempre, los extremos son malos) sobre cuánto vale vivir en un país del primer mundo, o cuánto cuesta el amor que te tienen y que tú le profesas a tus amigos y familiares.
Con estas humilde letras, lo que deseo, es que no seas (vuelvo a incluirme) tan autoexigente y empieces a ocuparte en valorar y disfrutar el presente, este que te ha tocado vivir, y de esa manera, evites pasar por esta vida sin comprender por qué vale la pena estar aquí, en este redondo planeta.
Para finalizar este “presente”, dejo un cuento que deseo compartir contigo para la reflexión:

Un zar, se hallaba enfermo, y ofrecía la mitad de su reino a quien lo curara.
Todos los SABIOS se reunieron y celebraron una junta para curarlo, pero no encontraron medio alguno. Uno de ellos, sin embargo, declaró que era posible curarlo.

- Si sobre la TIERRA se encuentra a un hombre FELIZ - dijo -, quítenle la camisa y que se la ponga el zar, con lo que éste será curado.

El zar mandó buscar a un hombre feliz. Los enviados del soberano se esparcieron por todo el reino, pero no lograron descubrir un solo hombre feliz, contento con su vida. Uno era rico, pero estaba enfermo; el otro gozaba de salud, pero era pobre; aquel rico y sano se quejaba de su mujer... Todos lamentaban algo.

Cierta noche, muy tarde, el hijo del zar, al pasar por delante de pobre choza, oyó que alguien exclamaba:
- Gracias a DIOS, he trabajado y he comido bien. ¿Qué me falta?

El hijo del zar se sintió lleno de alegría; inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien a cambio habría que darle la mitad del reino.

Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa; pero el HOMBRE FELIZ era tan pobre, tan pobre, que no tenía CAMISA.

jueves, 24 de junio de 2010

SOLO CON TU SOLEDAD


A veces, en ocasiones, mi ALMA pide soledad; nada más, nada menos. Necesidad de vaciarme de mundo y de mente, conseguir que mi corazón agote las reservas.
Necesidad de estar solo, de querer ORQUESTAR mi movimiento corporal con la sinestesia multifacética de cada expresión de vida que siento. En la SOLEDAD elegida, no puede existir DOLOR, hay bienestar, dulzura visceral.
El problema radica en comunicar esta URGENCIA del alma sin herir a quien está cerca, ser comprendido, no JUZGADO.
Instalarse en el verdadero YO, olvidando todo lo que acontece. Permitir que sólo el AIRE que nos rodea nos conecte con lo INVISIBLE. Como un océano de PAZ que "engolfa" nuestro espíritu pero sin ahogarlo.
Maimónides, filósofo y médico hebreo - español, afirma que DIOS es, pero desconoce qué es.
El corazón del hombre puede SENTIR y COMPRENDER sus sueños, pero jamás descifrará el significado OCULTO que nos permite volar más allá del miedo.
Los que despiertan pero siguen dormidos no podrán empaparse de la brisa interna que alientan sus decisiones y ahuyentan a las AVES carroñeras del miedo.
¿Puedes estar sólo con tu soledad?

miércoles, 9 de junio de 2010

APAGAR LA LUZ PARA NO VER LA REALIDAD

Cada mañana, en la antesala de la hora de llegada a mi trabajo, como de costumbre, enciendo el televisor una vez me haya levantado el despertador. Paso por la ducha y con las últimas gotas resbalando por las zonas donde la toalla no llega a secar, me siento con café en mano, a ver las noticias matinales.
No salía de mi asombro cuando escuchaba y veía las imágenes de un “vagabundo”, que, después de ser atracado (es curioso, asaltar a un pobre) lo habían apuñalado. Éste perecía en el suelo y no por la “estocada” en sí, sino porque permaneció tirado durante dos horas sin ser asistido. Una, por los viandantes que pasaban por allí y sólo veían como un mendigo “anidaba” en la acera inmóvil, y dos, porque la asistencia sanitaria se demoró más de dos horas en acudir a su ayuda.
Dirección a mi trabajo, masticaba tales imágenes (o lo intentaba). Cómo los peatones sin llegar a pararse, miraban el cuerpo de un “ser humano” mal vestido, filtrándose en mi mente mientras rumiaba las siguientes preguntas: ¿Y si hubiese ido cubierto con traje y corbata? ¿Se hubiesen parado? ¿Se hubiera salvado?
Mi respuesta tenía doble “veredicto”. Quizá si, quizá no.
“Sí”, porque siempre nos resulta más fácil atender a alguien con una apariencia fisica notable que a un simple “holgazán”.
“Y no”, porque son muchas las “personas”, que de cualquiera de la maneras apagan la luz para no ver la realidad.
Ver la realidad a la que somos “sometidos”, duele, horroriza y hasta escuece, pero no por evitarla, dejará de existir o cambiará. Y digo sometidos, porque son pocas las personas que acompañan a sus latidos, pocas las que deciden no divorciar lo que hacen de lo que desean.
¿Cuántos somos los que cerramos los ojos o distraemos intensionadamente la vista hacia cosas que nos mantengan alejados de lo que es real?
¿Podríamos encender la luz que nos permita ver la realidad?
La respuesta a estas preguntas como normal general, sería “sustituyendo” en lugar de enfrentarnos a la realidad.
Quizá, para algunos, suplir lo que estaba, es una forma de enfrentarse a la realidad, no lo pongo en tela de juicio, quién soy yo para juzgar las acciones de los demás. Simplemente considero, desde mi perspectiva, que enfrentarse a la realidad no debería ser sustituyendo nada de lo que nos ha sido arrebatado, (y vuelvo añadir, muy respetuasamente que para otros sí lo sea).
¿Existe alguna realidad en tu vida que estas evitando ver?

miércoles, 19 de mayo de 2010

EL ECO DE MIS LETRAS (PARA ANTONIO GONZÁLEZ PADRÓN)

Si hablamos del “eco”, su definición más correcta sería la de una onda sonora reflejada perpendicularmente en una pared (o a través de una montaña de forma Natural), pero no trato de transmitir ese significado, hablo de las huellas que pueden dejar mis humildes letras.
El pasado martes, cuando al sol le restaban pocas horas de “vida”, me dispuse a abrir mi correo. Entre los e-mails que allí anidaban, se encontraba uno que destacaba por la belleza de su “plumaje”, claro que no quiero restar importancia a las demás “crías”, pero siempre una madre tiene su “ojito derecho” y eso nadie lo puede negar. Cuando “desplumé” dicho mensaje, para mi sorpresa, la directora de Guía Histórica Cultural de Telde, Conchi Vera, me pedía con todo su respeto y cariño, mi número de teléfono, para “alguien” se lo había “implorado”, sentía la “necesidad” de ponerse en contacto conmigo. Hablo de Don Antonio María González Padrón, cronista oficial de la ciudad de Telde.
Respondí al correo de Conchi Vera, introduciendo mi número de teléfono y una respuesta a su segunda petición: (No cambies nunca) con un: “No cambiaré, aunque vea cambiar los cambios”.
Esa misma tarde me telefoneaba Don Antonio González, tuve el honor de dialogar con él. Antes sólo me había tropezado con su persona, cuando pregonaba algunas de las exposiciones de mi buen tío Antonio Sánchez Cabrera (pintor y escultor de esta-nuestra ciudad de Telde).
Los “llanos” escritos que envío a todos los medios de comunicación local, con el mismo cariño y respeto, habían “mellado” la mente de nuestro cronista teldense.
Mi felicidad se multiplicó cuando Don Antonio, me comentaba que su hijo, “afincado” en Madrid, le preguntaba si conocía a quien hoy, te transmite este escrito, (lleno de orgullo pero sin “ego”). Su vástago me seguía desde la capital de España y eso no me dejó indiferente, me llena de fuerzas para seguir “golpeando el teclado”. Concretamos cita para conocernos personalmente. Tuve el honor de visitar “nuestro” museo y no sólo empaparme de toda su antiquísima historia, sino lo que para mí tiene más valor: “el ser humano”.
Recibido entre aquellas viejas paredes teldenses y los brazos de Antonio, me sentí como en casa (nunca mejor dicho). Tuve el privilegio de oír historias que aumentaban mi “dormida” cultura, pero quiero hacer hincapié que lo que más obtuve, fue el calor humano, el trato exquisito de una persona que desprende fuerza en sus palabras a la hora de contarme la historia del museo León y Castillo. Fraternidad entre su piel y las piedras que cubren la primitiva casa con “olor a hogar”.
Cuando me despedí de Antonio, me fui con mi alma ensanchada y un dolor agudo en el brazo, causado por la fuerza que hacía para sostener los libros que me había regalado desde su más sincero sentimiento. A todo esto, durante el trayecto, me acompañaba un pensamiento evidente: mis letras, mis humildes letras, no caen en balde.
Quiero agradecer públicamente a Antonio González Padrón y a todos los que me “empujan” a seguir escribiendo, por la energía que me inyectan cuando siento vuestro aliento. Hoy quiero hacer mención especial a ciertas personas que sin nombrarlas, ellas ya saben quienes son: compañeros de Servicios, Tesorería, Igualdad, Servicios Sociales, Intervención, Personal, Cultura y como no, a mi querida concejalía de Educación. Pido disculpas a aquellos olvidados en el tintero, dando gracias a todos, y al resto de los medios de comunicación, sin ellos, esto no sería posible.

sábado, 8 de mayo de 2010

VIVIR ROBOTIZADOS

Esta mañana cuando veía cómo la hojilla reflejada en el espejo se llevaba los largos pelos de mi cara, oía de fondo la televisión, (que en ese instante era la “fiel compañera” de mi hija), y llegaba a mis oídos las voces de los intérpretes animados, que en ese momento eran proyectados por la cuadrada pantalla. Concretamente, dos de los “filmados”, dialogaban dentro de la “caja del entretenimiento” sobre cómo aprobar matemáticas. Uno de ellos, argumentó que le gustaría ser un robot para superar los exámenes, a lo que el otro contestó que era tarea fácil, tenía uno en su casa, le cogería su cerebro y se lo cambiaría.
Cuando asomaban las últimas gotas de sangre por mi rostro, (nunca he aprendido a afeitarme y ojalá no lo haga, no me gustaría vivir robotizado) mi pequeña “gran” mujercita de siete años, se me acercó para decirme que le gustaría ser un “androide”. Solté la maquinilla que más que rasurarme, había hecho una masacre en mi faz y la rodeé con el brazo para decirle que éstos no tenían sentimientos.
-“¿Qué es eso papá? Me preguntó pasmada”.
Sólo entendí una forma de poder explicárselo acorde a su edad y le comencé a enumerar: llorar, reír, amar, querer, enfadarse, saltar de felicidad… Me miró con cara de satisfacción porque supongo le había sacado de dudas y me dijo:
-¡Ah!, entonces yo no quiero ser un robot. Y salió por el umbral de la puerta dando saltos.
Su respuesta me dejó reflexionando un rato acerca de cómo muchos seres humanos se comportan con ciertas actitudes mecanizadas. Parecen vivir con todo programado y dejando pasar el tiempo sin que puedan disfrutar de lo que realmente desean.
¿Pasar por la vida “robotizado” o “sintiendo” tus emociones y por lo tanto, “intentando” cumplir lo que anhelas?

lunes, 19 de abril de 2010

EL TIEMPO


Se cuenta que hubo una asamblea de animales y que éstos se quejaban de que los humanos les arrebataban cosas que les pertenecían. La vaca, se lamentó de que le quitaban la leche. La gallina, de que le robaban los huevos. El cerdo, que se aprovechaban de su carne para hacer jamón. La ballena amargada, cansada de la caza para obtener su aceite. Pero el caracol sabía que él tenía algo que los humanos deseaban por encima de todo y que se lo robarían si pudiesen: tiempo.

Una vez más, escojo un cuento que me sirva de plancha para desmenuzar el tema que deseo servirles a todos los que leen mis humildes letras, y así, conseguir llenar vuestros “estómagos”.
Cada día me tropiezo con muchas personas que se quejan por la falta de tiempo, que no realizan muchos de sus proyectos porque les falta “espacio”. “¡Ojalá y el día tuviera más horas!”. Y me pregunto, “¿para qué?” Si tuviera más de veinticuatro, estoy seguro de que pediríamos sumarle unas cuantas, porque nos “ensañaríamos” mucho más “tiempo”, haciendo lo mismo que hacemos ahora, sin llegar a disfrutar de lo que deseamos.
Nuestras vidas giran alrededor de un reloj interno cuyas agujas marcan las obligaciones impuestas. Vivimos para “cumplir” con lo implantado: el trabajo, la casa, los niños (para quien los tiene), la comida… Esto debería hacernos reflexionar. Es curioso, al menos a mí me ocurre, cuanto más nos liberamos de las tareas rutinarias, más nos saturamos de actividades, hasta el punto de volver a necesitar más tiempo. Es como correr hacia algún lugar y sin saber ni siquiera hacia donde. Sólo hay algo que nos hará parar, el propio tiempo, y con la edad, cambiará el sentido de éste. Supongo que cuando cumplimos años, es cuando decimos que el “tiempo”, se nos ha echado encima y nos sentimos más cansados, acoplándonos a la rutina para no realizar aquello que deseábamos. Y así pasamos por la vida, dejando miles de cosas sin “saciar” por nuestro apetito interno. ¿La culpa la tiene el decurso de nuestra vida o la actitud que tenemos ante éste?
Para contestarme a esta pregunta, intento hacerlo a una antes: ¿cómo empiezo el día cuando me levanta el despertador, y cuando me despierto por mi cuenta? Los pensamientos condicionan nuestro comportamiento. Siento, o mejor dicho, percibo, cuando hablo con mis amistades sobre este tema, que dejamos atrás nuestras almas en medio de las prisas, nos olvidamos de los sueños que tenemos, de la empatía y sobre todo, de la necesidad de maravillarnos. De hecho, siempre parece que estamos empujando el almanaque, anhelando que llegue Semana Santa, algún puente antes de las vacaciones para salir de nuestra agitada vida y dominada por el reloj. Este sentimiento de que carecemos de tiempo es el resultado de la actitud que tenemos ante esta sociedad marcada por el materialismo, acumular experiencias, hacer cosas y sobre todo, cumplir con las obligaciones, antes de disfrutar y “vivir” nuestra vida.
Una vez, un gran amigo, (el cual no me dejó que le nombrara), dijo que esto no le pertenecía, que son mis letras, (pero mis letrillas dejan de ser mías, una vez expuestas) leyó que “en lugar de contar las horas ojalá pudiéramos cuantificar los momentos de silencio, cuando hacemos lo que nuestro corazón anhela… o cuando no hacemos nada en absoluto”.

sábado, 27 de marzo de 2010

LA VERDAD

Siempre que comparto un cuento con los “míos”, tengo el honor de declararles así, porque no sólo son personas que me agradan, sino que me aportan, me suman y llenan mi vida, debatimos hasta la saciedad cada una de las letras que componen el relato a esclarecer. Lo trituramos por el “pasapuré” (me encanta utilizar este término, porque siento que no se nos queda nada atrás), pero hubo una fábula, que no “despejamos” del todo. Quiero compartirla con todos los que me leen e independientemente de lo que yo opine, invitarles a que saquen vuestras propias conclusiones.
Se llama: “La tienda de la verdad”
El hombre caminaba paseando por aquellas pequeñas callecitas de la ciudad provinciana. Tenía tiempo y entonces se detenía algunos instantes en cada vidriera, en cada negocio, en cada plaza. Al dar vuelta una esquina se encontró de pronto frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco, intrigado se acercó a la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate...en el interior, solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que anunciaba: "TIENDA DE LA VERDAD".
El hombre estaba sorprendido. Pensó era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué vendían.
Entró.
Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:
- Perdón, ¿ésta es la tienda de la verdad?
- Sí, señor, ¿qué tipo de verdad anda buscando: Verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?
Así que aquí vendían verdad. Nunca se había imaginado que esto era posible, llegar a un lugar y llevarse la verdad, era maravilloso.
-Verdad completa- contestó el hombre sin dudarlo.
" Estoy tan cansado de mentiras y falsificaciones ", pensó, " no quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni defraudaciones".
-¡Verdad plena!- ratificó.
Bien, señor, sígame.
La señorita acompañó al cliente a otro sector y señalando a un vendedor de rostro muy adusto, le dijo:
- El señor lo va a atender.
El vendedor se acercó y espero que el hombre hablara.
- Vengo a comprar la verdad completa.
- Ahá, perdón, ¿el señor sabe el precio?
-No, ¿cuál es? - contestó rutinariamente. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.
- Si usted se la lleva- Dijo el vendedor- el precio es que nunca más podrá estar en paz.
Un frío corrió por la espalda del hombre, nunca se había imaginado que el precio fuera tan grande.
- Gra…gracias, disculpe...- balbuceó.
Se dio vuelta y salió del negocio mirando el piso.
Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que todavía necesitaba algunas mentiras donde encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo.
" Quizás más adelante"…pensó...

Una vez leído el cuento, supongo que poseer la verdad “absoluta” conlleva pagar un precio muy alto, no estar en paz nunca. Tan elevado importe te alejaría de conseguir la “felicidad”, y como comparto la descripción de Jorge Bucay, sobre ésta en la cual especifica que no existe, que después de recorrer diferentes caminos durante muchos años en busca de ella, jamás halló su fórmula, recomendando que sería más que suficiente ocuparnos mejor, más sanamente y con vehemencia de todo aquello que nos impide ser felices.
Alcanzar este camino nos llevaría a la orilla de estar en paz con nosotros mismos. Y digo a la orilla, porque sumergirnos en ella, es casi imposible. Son muchos los deseos que nos invaden y no cumplimos durante nuestra estancia en esta vida, consumar cada uno de ellos y conseguir estar en paz con nosotros mismos, también requiere “arrancar” una etiqueta con una valía bastante inasequible.
¿Hasta cuánto estás dispuesto a “desembolsar” para obtener la paz contigo mismo?

jueves, 11 de marzo de 2010

NADAR CONTRA CORRIENTE

El pasado lunes, como de costumbre, realicé mi habitual “liturgia” al llegar a casa después de la jornada laboral. Consiste en “tumbarme” en el sofá con el “depósito” lleno y ver el documental (a veces más que ver, oír) que ponen en la dos. Concretamente ese día proyectaban: “la vida de los salmones”. Me llamó mucho la atención la existencia de estos peces, viven pocos animales en el mundo que ejerzan una fascinación y atractivo tan singulares como lo hace el salmón. Su ciclo de vida es impulsado por el instinto, como en todos los animales, ( ¿Incluidos los seres humanos?...me pregunto) pero solo él da ejemplo de determinación, gran fuerza, vigor y resistencia antes de llegar hasta su dramático y trágico final.
La vida del salmón se inicia en el río. Cada año, en el otoño, una hembra y un macho ponen y fertilizan las ovas en un nido de grava, previamente forjado por la madre. Llegada la primavera acompañada de una elevación de temperatura y cuando el salmón ha adquirido algunas habilidades natatorias, abandona la grava e inicia su vida independiente. Después “vagabundean” en los mares hasta llegar al río para intentar volver al lugar de nacimiento, para ello deben pasar severas penurias.
“La odisea del río” se inicia venciendo los remolinos, rocas, árboles caídos, osos hambrientos y todo tipo de obstáculos; en esa travesía no se alimentan, lo que sumado a la lucha “contra corriente” y demás tropiezos provoca en sus cuerpos serios deterioros que le dan a su aspecto, un feo y triste maquillaje, lejano de aquel que poseía cuando vivía en los mares. Pero no por eso, menos brioso. Remontando el río llegan a la entrada del área de desove, esa misma donde se inició su vida y de la de sus antepasados.
No deja de ser “asombroso”, una vida llena de obstáculos sin pensar en un beneficio para sí mismo. Seguidamente reflexioné en el ser humano. ¿Cuántas adversidades tenemos que saldar durante nuestro peregrinar a lo largo del camino por la vida? ¿En cuántas ocasiones lo haremos de forma altruista?
Cuando tropiezo por la calle con mis amistades, y éstos me preguntan cómo estoy, suelo responder: “limando” o nadando contra corriente. Generalmente veo cómo estamos programados por una “moral impuesta” que nos impide nadar contra corriente, de ahí, que “la vida del salmón” me dejase atónito, porque son pocos los seres humanos que llegan al “área de desove”.
¿Dejarías la moral impuesta y nadarías a contra corriente?