miércoles, 5 de agosto de 2009

LA INGRATITUD DEL SER HUMANO


Cuando un hijo nace lo sentimos, como si fuese una prolongación nuestra.
Sin proponérnoslo lo amamos incondicionalmente, más allá de lo que hagan, de lo que sean; con el mismo amor ( y a veces, tristemente con el mismo desamor ) que tenemos para con nosotros mismos.
Los hijos no sienten a sus padres como una prolongación suya, y de hecho no lo somos.
Todos los que tenemos hijos sabemos que esta condición no es reversible. Quiero decir, es de los padres para con los hijos, pero de ninguna manera de los hijos para con los padres.
Nuestros hijos son para nosotros un pedazo de nuestra vida y los amamos incondicionalmente, pero nosotros no lo somos para ellos.
¿Serán capaces los hijos de sentir esto alguna vez?
Si… Lo sentirán por sus hijos; nunca por nosotros.
Para cerrar dejo una frase para la reflexión de un proverbio judío:
Devolverás a tus hijos lo que de mí recibiste.

No hay comentarios: